domingo, 12 de julio de 2015

Alberto I, el olvidado / Rubén Juan Serna *

Viniendo de Alianza Popular, con ese fino bigote recortado, y de una generación de largo recorrido, las tenía todas consigo para representar esa política de corte antiguo y autoritario. Raro sería que Valcárcel dejara la presidencia y cediera el testigo a quien iniciara otra forma de hacer política, por lo que era de esperar la designación de un sucesor de la vieja escuela, guardián y garante del régimen popular de las últimas dos décadas. Más de lo mismo. O peor.

Poco tiempo atrás de ese cambio en el Gobierno regional probé en mis carnes cómo los años no pasan en balde, y comprobé con contrariedad cómo mis piernas respondían más tarde de lo que mi cabeza deseaba, y no salía de un sólo regate, ni me podía ir con facilidad por la banda de mis rivales. Mucho menos él, por aquello de la edad, pero don Alberto Garre demostraba haber sido años atrás un buen futbolista, sabía estar en el campo, callado, mandando con su brazo, yendo bien por alto. Ese día, cuando le dije en pleno calentamiento aquello de «Usted es el señor Garre, ¿no?» sería la primera y la última en que le hablaría de usted. Y es que correr en pantalón corto, además de servir para perder vergüenzas, siempre ha unido. Estuvimos jugando varios meses hasta que una lesión le obligó a dejar las pachangas.

El café no era nada del otro mundo, pero la conversación, que es lo que cuenta realmente en los cafés en compañía, era agradable, y yo me sentía honrado por la hospitalidad del entonces vicepresidente primero de la Asamblea, que al vernos perdidos a mí y a mi acompañante un día en la sede del legislativo tras asistir a una exposición, nos invitó a visitar su despacho y a tomar ese café. Hablamos de política, de Derecho, de las instituciones regionales, de agua, y un poco de historia, como aquel ataque, cóctel molotov incluido, a la Asamblea Regional del año 92. 

Mi presencia en los primeros actos institucionales no municipales como portavoz de UPyD en el ayuntamiento de Murcia, no solía ser cómoda, por aquello de mi inexperiencia, y de estar rodeado de personas conocidas, entre ellas, compañeros de partido, que no amigos, que formaban corrillos y palmeaban sus espaldas, mientras yo acudía generalmente solo y trataba de disimular mi soledad institucional cuando no charlaba con alguien, trasteando el teléfono o moviéndome de un lado al otro. Pero siempre era Alberto el que se acercaba a saludarme y preguntar siempre lo mismo: «Serna, ¿sigues jugando al fútbol?».

Recuerdo cómo nos contó a otros ´jóvenes´ como Inmaculada González, Víctor Martínez, y a mí mismo, en el Casino de Murcia, y tomando un vino, detalles del episodio del Estatuto de Castilla-La Mancha, su célebre rebeldía frente a la disciplina de partido y cómo no apoyó el texto que condenaba a la Región de Murcia a dificultades hídricas. Estatuto que sólo fue rechazado por él mismo, su compañero Arsenio Pacheco, y Rosa Díez.

Al poco tiempo, ya como presidente, nos cruzamos algún mensaje de móvil para felicitarnos cosas buenas, y yo seguía con atención (me consta que era recíproco) las noticias que le hacían referencia, sus punzantes declaraciones en algunos casos hacia la corrupción, y su estilo diferente, una especie de rectitud más aplaudida en sectores ajenos que en sus propias filas. Seguí su reacción en los complicados días en que el Caso Púnica se conoció e implicaba a miembros de su Gobierno. Y comprobé con satisfacción cómo se destapó también como un buen orador, en aquel emocionante discurso que pronunció en su pueblo natal, Torre Pacheco, en un acto de Ucomur, en presencia de la ministra Fátima Báñez y apelando al patriotismo en términos ambiciosos y sin complejos.

Me sorprende que en estos días de cambio de Gobierno regional haya tenido poca visibilidad la figura del ya ex presidente, teniendo en cuenta que se produce ese relevo en unos tiempos en los que dejar responsabilidades ejecutivas, siendo de ese partido, y sin tener citas previstas en alguna sede judicial, es cada vez más extraño. Desconozco las cuestiones internas del Partido Popular en estos últimos meses relativas a la sucesión y elaboración de listas, ni me importan, que para eso no es mi casa, ni es el objeto de este escrito, dios me libre. Pero no quería dejar pasar este relevo para recordar y hacer públicos, a pesar de mis muchas diferencias ideológicas con él y con su gestión, detalles de un señor que llegó a presidente e inició con su actitud invisibles cambios de enorme calado, una especie de Gorbachov que se dejó llevar más por sus principios que por lo que esperaban algunos de los suyos de él. Por mi parte es obligado el reconocimiento al que ha sido nuestro presidente.

(*) Profesor y miembro de UPyD

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