jueves, 4 de junio de 2015

Conversaciones en La Catedral / Ángel Montiel

Hola, Joaquín.
—¡Cuádrese!
—Tranquilo, que estás hablando conmigo.
—Perdona, Miguel Ángel, es la costumbre.
—¿Cómo estás?
—Yo, imputado. ¿Y tú?
—Yo también.
—Ya, pero Ciudadanos no pide tu cabeza y la mía sí.
—La mía también la piden. Dicen que no van a pactar con un partido que tiene de secretario general a un imputado.
—Pues que no pacten. A mí me nombró un Consejo de Ministros, y eso es sagrado.
—Vamos a hablarlo ahí en el bar La Catedral con unas cañas.
—Pagarás tú, porque yo no llevo nada encima.
—No me jodas que sigues sin ir al cajero…
—…le dijo la sartén al cazo.
—Llamaré a Berberena y que pague él.
—¿Berberena? Pero si ese tampoco saca del cajero.
—Ya, pero es porque dice que siempre lleva suelto.
—El problema es que nunca llega a la hora. No le funcionan bien sus relojes porque los compró muy baratos.
—Estoy por llamar a Ramón Luis.
—Pero ¿qué dices? Ese no rasca un duro porque el sueldo de Europa no le da ni para pagar los hipotecas. ¿No te acuerdas que declaró que tenía doscientos euros en la cuenta? ¿A quién se le ocurre tener una sola cuenta? Debía aprender de mí, que tengo más de cincuenta.
—Llevas razón. Y además, este nunca está en Murcia.
—Estará en Rusia.
—No, ahí ya no puede ir.
—¿Y a él qué más le da, si ya viajó allí invitado por la Hermandad Farmacéutica?
—Estoy por llamar a Juan Carlos, que ahora no tiene nada que hacer.
—¿Juan Carlos? ¿Ese cabronazo que lo imputan y va y dimite? Ni hablar. Ese no es ya de los nuestros.
—Vale, llamaré a Martínez Pujalte.
—¿Estás bien de la cabeza? Ese no paga, sino que cobra: 5.000 euros por un cafelito, imagínate por cuánto nos saldría una ronda de cañas.
—Vale, Joaquín, te lo diré en seco, sin caña. Me han dicho en Madrid que tienes que ir preparándote para dimitir.
—¿Dimitir yo? ¿Por qué?
—¡Coño, Bascu! ¿Por qué va a ser? Porque estás imputado.
—¿Y eso me lo dices tú?
—Yo también estoy imputado, pero lo mío es ná. Ya verás como me lo archivan.
—¿Me estás diciendo que lo tuyo no tiene importancia y lo mío sí?
—Hombre, Joaquín, que no nos hemos conocido ayer. En Novo Carthago hubo turrón. Conmigo no tienes que disimular.
—¿Será posible? ¿Y el Umbra no fue nada? ¡Pero si de ahí se llevaron hasta los clavos!
—Hubo un desfase de unos milloncejos, pero ya le fueron repuestos por sentencia al querido pueblo soberano. Ahí no queda ya ná de ná. Me lo ha dicho la acusación particular que paga el Ayuntamiento para defenderme a mí.
—No sabes cómo me decepciona tu actitud. Yo creía que estábamos todos en el mismo barco.
—No menciones los barcos cuando hablemos de estos temas.
—¿Se lo regaló o no se lo regaló?
—Déjalo estar. A lo que íbamos. ¿No te das cuenta de que esto se ha puesto muy mal, y que si no empiezas a tomar la puerta no van a gobernar Pedro Antonio ni Ballesta?
—No te conozco, Miguel Ángel. ¿De verdad debo creer que quieres que gobierne Ballesta?
—Te admito que no me hace ninguna gracia. Pero los otros son peores: vendrán directamente a por mí. Que se jodan todos. Les he dejado un pufo con el tranvía que no les va a quedar ni para pagar las nóminas. Tendrán en qué entretenerse.
—Juas, juas…
—Me alegro de que te diviertas. Entonces ¿qué? ¿Estás preparado para hacer la maleta?
—Usted no sabe con quién está halando, don Miguel Ángel. ¡Cuádrese!
—Y dale Perico al torno. Que si no dimites, te van a echar, te lo digo yo.
—¡A mí la Legión!
—Al final va a ser verdad lo que dice la gente: que nos hemos vuelto locos.

No hay comentarios: