La legislatura del PP ha sido un
desastre en todos los sentidos, propiciado por la incompetencia de un
gobernante, ya calificado como el "líder más incompetente de Europa" por
el eurodiputado británico Nigel Farage al comienzo de su mandato en
2011. Desde entonces, Rajoy se ha esforzado por hacer cierta la
afirmación de Farage. Ha conseguido marcas como la de ser el presidente
peor valorado por la ciudadanía desde el comienzo de la segunda
restauración borbónica que, en el fondo, es la tercera. Su florilegio
político es impresionante. Hay antologías de verdaderos disparates.
El
desastre afecta a todo, incluso lo que el propio Rajoy considera
triunfos, como la idea de que la "crisis es historia". Algo que no cree
nadie. Las magnitudes que esgrime están manipuladas y la ciudadanía lo
ve a simple vista. El gobierno presume de reducir el paro y todo el
mundo sabe que es mentira, pues llama empleo a situaciones precarias a
extremos ridículos. Hay gente que acumula cientos de contratos de
trabajo al año, por días. Y todos los demás datos son escalofriantes:
los índices de pobreza, de malnutrición, de desnutrición infantil, los
fallecimientos por inatención médica, las cifras de emigrantes, los
desahucios. Aumentan los multimillonarios y los pobres, crece la
desigualdad, la desprotección de los trabajadores.
Añádase
la corrupción, el signo característico de la legislatura. La corrupción
lo ha devorado todo. No solo los caudales dinerarios públicos. También
los morales. Nadie da crédito a Rajoy. Es imposible tomar en serio a un
presidente que, estando acusado de cobrar sobresueldos de dinero en B,
no ha demostrado fehacientemente que no sea cierto pero tampoco ha
dimitido.
En
resumen, España, que había abandonado el grupo de países
subdesarrollados en los años sesenta del siglo XX, parece volver a él en
el siglo XXI. Una verdadera involución social y económica que va
acompañada de otra política y jurídica. La democracia está acogotada por
un autoritarismo cerril y arbitrario. Se hacen evidentes cuando Rajoy
exige a Mas y los nacionalistas catalanes que obedezcan la ley pero él
se permite el lujo de cambiarla cuando le incomoda valiéndose de su
mayoría absoluta. Esto da una idea del calibre moral del personaje.
En
estas condiciones, la decisión de no tomar decisión alguna en lo del
cambio de gobierno no solo concuerda con el carácter del presidente sino
que quizá sea lo único que quepa hacer. El gobierno no gobierna y los
políticos del PP están concentrados en perder las elecciones y dar
tumbos por los juzgados de guardia. ¿Para qué cambiar los ministros? Los
nuevos tampoco harían nada porque, en definitiva, ya no hay nada que
hacer. Es mejor concentrarse en el decir y, por eso, se deja el gobierno
como está y la materia gris se concentra en mejorar la comunicación y
la propaganda. Para el resto, en breves días entra en vigor la nueva Ley Mordaza,
una norma represiva de corte franquista, como el espíritu de quienes la
han concebido, que muy probablemente sea inconstitucional desde el
preámbulo hasta la última disposición. Su propósito manifiesto es ir con
mano dura contra todo tipo de oposición, crítica o protesta.
Para
la comunicación están desplegándose las baterías que apuntan a las
televisiones. La conservación de Cospedal en la secretaría general
significa que Rajoy confía en ella para asesorarle en materia de cómo
disciplinar la televisión y, a pesar de ello, perder las elecciones. La
dueña había convertido la TV de Castilla la Mancha en un aparato de
propaganda manejada por un director a su incondicional servicio. Y,
pesar de eso, perdió. No hay esbirro intelectual capaz de hacer
digerible a la gente una figura como la de Cospedal, universalmente
detestada en su Comunidad.
Para
la propaganda, se emplean los presupuestos generales del Estado.
Ciertamente, Rajoy no podrá aprobarlos antes de las elecciones, pero sí
presentarlos, anunciarlos a bombo y platillo, contando todo lo que
piensa hacer caso de ganar. En esto de las promesas, no conoce límites,
como tampoco los conoce el desprecio de la gente al escucharlas a quien
se había fotografiado en la cola del INEM afirmando cuando yo gobierne bajará el paro.
Anunciada
está también una conferencia política del PP para julio. En ella se
fabricarán consignas ideológicas, doctrina. Pero hasta ese viejo frente
de la derecha se ha dejado arrebatar este epítome de incompetencia.
Sánchez ha salido ya al circuito electoral envuelto en la bandera
rojigualda, esa que el PP había diputado ya como suya. Y como se
descuide Rajoy, en su próximo mitin, el socialista hace que se
interprete el himno y hasta invita al Rey a título de desagravio.
El mensaje de la proclamación de Sánchez como candidato, o sea de su nominación, era
rotundo, una copia del estilo yanqui, algo frecuente en la izquierda,
que se queja del imperialismo estadounidense, pero le plagia las formas.
Podemos está sacado de Obama y la escenificación sanchesca, de la línea
Kennedy-Clinton. Parece que el lema de campaña de Sánchez será Más España. Es difícil imaginar cómo podrá contrarrestar la derecha una consigna tan vacua.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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