miércoles, 20 de mayo de 2015

Profesiones con futuro / Josep-Antoni Ybarra *

Y tú ¿qué quieres ser de mayor? Preguntaba la tía, la abuela o el familiar de turno al chavalín de 5-10 años. Y dudándolo un poco, el chavalín respondía: yo, quiero ser bombero, maestro, médico, aviador... Esa era la respuesta que hace cosa de 40 o 50 años se oía de boca de cualquiera de los que hoy tienen entre 50 y 60 años. Aquella era la aspiración de uno. Profesiones todas ellas que con inquietud y esperanza, se percibían con ilusión porque con ellas se aspiraba a tener un futuro mejor, además de encerrar cualidades como las de saber hacer cosas, de hacerlas bien, de alcanzar con ellas un respeto, una seriedad en lo que se hacía, e incluso el de estar envueltas con cierto grado de servicio a la colectividad. 

Es curioso, pero si hacemos la misma pregunta hoy al chaval de 5-10 años, la respuesta será casi unánime: «yo quiero ser futbolista o famoso», e incluso, aquel más avispado contestará las dos cosas a la vez: «yo quiero ser un famoso futbolista». Esta es la aspiración de nuestra juventud; ser un claro objeto de diversión porque eso le va a permitir alcanzar metas que otras profesiones no le permitirían.

¿Qué ha pasado para ese cambio de disposición? No, no son los jóvenes los que han cambiado. Somos nosotros los que los hemos hecho cambiar. Nuestras aspiraciones no van mucho más allá de aquello de conseguir con rapidez y facilidad, riqueza, bienes, fama. Entonces ¿ello no es lo que consigue un famoso futbolista, un cantante o un tertuliano televisivo vociferando entre 5 o 6 personajes? Se ha pasado de la idea de profesionalidad, solidaridad, seriedad en el trabajo, a aquello de que la forma mejor de ganarse la vida es a partir de la desfachatez, de la gresca, de la polémica y de los gritos. Nuestros jóvenes, hijos o nietos, lo que hacen es imitarnos; son coherentes con nosotros mismos. 

Y siendo ello importante, el punto crítico lo sitúo cuando las profesiones de futuro olvidan nuestro presente. Esto es lo grave. Está ocurriendo que se está obviando que las estructuras productivas requieren unos profesionales que avancen en sus conocimientos. Viene al caso por el hecho de que uno de los «estudios y conocimientos profesionales» más valorados actualmente es el de cocinero, minusvalorando con ello el prestigio y el conocimiento de las nuevas profesiones y cualificaciones técnicas relacionadas con otros sectores productivos (son escasos hoy en España los estudios profesionales relacionados con las nuevas tecnologías aplicadas por ejemplo al calzado, al plástico o a la construcción, y no por el hecho de que no existan profesionales que conozcan el tema, que los hay, sino porque no hay jóvenes que quieran aprenderlos). Y así, sorprende el número de programas televisivos de cocina que existen hoy en nuestro país. Se encienda la televisión cuando se encienda, siempre hay un canal que está hablando de cocina. Nos salen las recetas de cocina por las orejas. Muchos jóvenes hacen cola para ir a formarse y estudiar con los grandes chefs porque quieren aprender una profesión de prestigio, valorada socialmente.

 Hoy el cocinero se nos presenta como aquel gran sabio o aquel investigador que es capaz de provocar un cambio en nuestras vidas porque ha descubierto que las salsas se conservan mejor en la nevera que fuera de ella. Se le escucha al cocinero con la máxima atención al explicar cómo se fríe un huevo o se hace un plato de alubias pochas; en cambio, un médico tratando de advertir cómo se puede hacer frente al cáncer de colon, pues parece un rollo. Seguro que así llegaremos todos a ser buenos cocineros. Se alegraran por ello los millones de turistas alemanes o de tantos otros países que nos visiten y que solo saben comer salchichas con chucrut o hamburguesas. Nosotros, con nuestra profesionalidad culinaria, les enseñaremos a comer, seremos capaces de llenarles sobradamente sus buches. Silenciaremos no obstante que los otros cocineros, los corrientes, los no famosos, por dos días de trabajo en un fin de semana, y por 26 horas sudando delante de los fogones, se les paga hoy 80 euros (esto es, a 3 euros la hora). Y advertiremos a estos turistas que la cocina en general es cultura, si bien ocultaremos la explotación que ese trabajo encierra, echando por los suelos lo que es la cultura del trabajo y postergando la profesionalidad de otras muchas actividades. 

Y ocurre mientras tanto que, entre futbolistas y cocineros, los alemanes y muchos de los turistas extranjeros que nos visiten, continuarán produciendo tecnologías, y seremos nosotros quienes se las compremos a muy buen precio. Es evidente entonces que si continuamos por esta senda, nuestros oficios de futuro serán éstos: futbolista y cocinero; el suyo, hacedores y vendedores de tecnología. Esa será la diferencia. Y es que no hacemos ya ni caso a aquel entrañable Antonio Molina que cantando coplas advertía por la radio a nuestros padres y abuelos: «Cocinero, cocinero/ enciende bien la candela/ y prepara con esmero/ un arroz con habichuelas/ que el futuro es muy oscuro/ ¡ay!, trabajando en el carbón» (hoy en lugar de carbón usamos vitrocerámica hecha con tecnología extranjera). (Nota técnica final: en 2013, las importaciones españolas de productos alemanes ?fundamentalmente productos con tecnología y patente alemana? costaron casi 3 veces lo que los alemanes se dejaron en turismo y restaurantes en España).

(*) Catedrático de la Universidad de Alicante

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