Hace cuatro años, el día en que los murcianos se disponían a votar en
las pasadas elecciones autonómicas y municipales, escribí en mi
artículo dominical que, en la antesala de esos comicios, «con la
desafección hacia los políticos en su punto álgido, los partidos tenían
una oportunidad inmejorable para regenerarse, eliminar impurezas e
insuflar ilusión democrática a la ciudadanía.
Por ejemplo, implantando
listas abiertas o al menos apartando de ellas a quienes tienen
imputaciones por delitos graves». Es obvio que me equivoqué. La
desafección no había alcanzado su cumbre. La brecha entre la clase
política y los ciudadanos todavía se ensanchó hasta límites
insospechados desde 2011. La necesidad de una profunda regeneración de
la vida pública, como venía pidiendo la sociedad, en paralelo a la lucha
contra el paro y la recuperación de la economía, fue menospreciada por
los políticos con mayor responsabilidad y más alejados de la calle, lo
que ha propiciado la aparición de nuevas formaciones que están
erosionando el bipartidismo que durante décadas garantizó la
gobernabilidad y el avance democrático.
Estos partidos embrionarios son
reacciones de un cuerpo social inmunodeprimido ante la ceguera y la
desidia de una clase dirigente que comienza a despertar, no sabemos si
ya tarde, a golpe de caso tras caso de corrupción política a lo largo de
todo el país. Algunos con más vigor y credibilidad que otros, todos
afirman que llegan hoy con la lección aprendida y se presentan con una
agenda reformista en materia de transparencia, participación y lucha
contra la corrupción. Corresponde a cada uno de los electores juzgar las
ofertas y la credibilidad de las promesas. Es obvio que los argumentos
que conforman el sentido del voto son y deben ser mucho más amplios. En
juego están también el futuro económico de la Región y sus políticas
sociales, de educación, sanidad, infraestructuras, justicia, turismo,
cultura… La agenda de temas relevantes es amplia en una cita electoral
que llega en un momento para la Región que está plagado de luces y
sombras, en un contexto económico bien diferente al de 2011.
Como hace cuatro años, reconozco que puede haber múltiples razones
como para no ir a votar con entusiasmo, pero no dejo de pensar que la
peor opción es la renuncia a influir en los acontecimientos. Con sus
imperfecciones, nuestro sistema democrático sigue siendo la mayor
conquista social del país. La soberanía popular no reside en las plazas
públicas o en las redes sociales, sino en los Parlamentos. Es verdad que
el voto no puede ser la única forma de realización de la libertad en
democracia. Necesitamos otros cauces para mostrar nuestros puntos de
vista, para participar en la identificación de los problemas
prioritarios de la sociedad y para contribuir en la definición de sus
soluciones.
Pero, como hemos dicho más de una vez, nada de eso garantizaría la
democracia si ésta no fuera instituida sobre el voto libre de todos y
cada uno de los murcianos. La elección cada cuatro años de una u otra
institución representativa permite que sus integrantes electos puedan
desentenderse de los compromisos adquiridos con sus votantes o,
sencillamente, eludan concretarlos. Pero el desdén hacia las urnas no
constituye una actitud que amplía los cauces de la libertad, sino que
contribuye a desacreditar la propia democracia. La democracia es
participativa o deja de serlo. La abstención es legítima, pero quien se
abstiene, más que expresar un parecer crítico respecto a las
instituciones, otorga a los demás ciudadanos la potestad de decidir por
él.
(*) Director de La Verdad
No hay comentarios:
Publicar un comentario