No había terminado el escrutinio de las elecciones británicas y los dos
líderes de la oposición, Clegg y Miliband, ya habían anunciado que
dimitían tras la debacle en las urnas ante Cameron. Hoy es miércoles y
Esperanza Aguirre, Antonio Carmona, Alberto Garzón, Xavier Trias… no han
puesto sus cargos a disposición de sus partidos. Solo el valenciano
Fabra y el balear Bauzá anunciaron su marcha, mientras Cospedal, Rudi y
Herrera parecen estar preparando las maletas.
Ante el asombro, incluso
de sus propios votantes, nadie en la cúpula del PP regional se da por
aludido en una victoria que esconde un batacazo en términos de respaldo
en las urnas, pérdida de poder en los ayuntamientos y precariedad en la
gobernabilidad de la Región. Consolarse con que mucho peor ha ido en el
resto de territorios gobernados por el PP es un síntoma más de
alejamiento de la realidad y de falta de autocrítica. Atribuir los
resultados solo a una marca que lastra y a los ajustes por la crisis es
perpetuar el autoengaño. También fue producto de una gestión deficiente,
como reflejan una tras otra las encuestas del Cemop y el estancamiento
de proyectos estratégicos, como el aeropuerto de Corvera.
Frente a tanto
‘selfie’ autocomplaciente en campaña irrumpe la cruda realidad que
retrata el INE (hoy, líderes en déficit y en tasa de personas en riesgo
de pobreza). Y luego está, por supuesto, la falta de convicción en
materia de regeneración democrática demostrada estos años. Producía
sonrojo escuchar ayer al delegado del Gobierno plantear que no dimitirá,
aunque ello facilite la gobernabilidad de la Región. «Creo que hay que
hablar de proyectos», alegó, como si no existiera el concepto de
responsabilidad política en su más amplio sentido.
Ya lo advirtió
Bascuñana en una Junta Directiva cuando dijo que defenderá su honor
«caiga quien caiga». Todos entendieron el significado de esas palabras
en un partido cuya cúpula camina, agarrada de la mano, por un alambre
llamado ‘Novo Carthago’. Todo eso explica por qué el jefe de los
trapecistas forzó la única dimisión de los últimos tiempos (Cerdá) y
vivió el escrutinio en la Delegación del Gobierno y no en el Siete
Coronas junto a los que se curraron la campaña.
Y qué decir de Pilar
Barreiro, a quien han dado la espalda casi la mitad de sus antiguos
votantes, propiciando la pérdida de la mayoría absoluta del PP. Incluso
los turiferarios que hasta el domingo se deshacían en lisonjas con la
alcaldesa la han abandonado con rapidez para disipar el recuerdo de
tanto entusiasmo adulador. Su designación por sexta vez como alcaldable,
en su situación procesal, fue una decisión de la que nadie se hace
responsable, empezando por ella misma, que ya dijo, antes de irse a
Madrid hasta el viernes, que no dimitirá y que gobernará en minoría.
La
visita a la UPCT de James Yorke, ‘padre’ de la teoría del caos, días
antes del 24M, parece premonitoria. Cartagena se vislumbra como una
ciudad políticamente ingobernable, con todas las secuelas caóticas que
eso implica para sus vecinos. Ahora el problema es mucho mayor para el
PP. Lo que no hizo en el momento oportuno quizá deba acometerlo ahora
por exigencia de Ciudadanos. Y lo que era una decisión razonable
aparecerá como una genuflexión ante una cláusula humillante. La culpa,
ya lo veo venir, será de los traidorzuelos de dentro y de los enemigos
imaginarios de fuera. Pero el PP renueva, con rápidez, ideas y personas o
todo le irá a peor.
(*) Director de La Verdad
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