Mi objetivo es frenar a Podemos
declaraba ayer Aguirre, tras haber ofrecido a Carmona y a Ciudadanos un
pacto para que el socialista ocupara la alcaldía de Madrid. En
realidad, lo que quiere es frenar a Carmena, a la que profesa gran
inquina personal, cosa comprensible si se consideran las biografías de
ambas. Pero, por no descubrirse, invoca el nombre temible de Podemos. Y
no en tono normal, sino desgarrado: hay que frenarlos para salvar las
libertades, el orden democrático y, seguramente, la cristiandad
occidental, amenazados por esta hidra de múltiples cabezas, bolchevique,
bolivariana, populista, etarra, comunista. Para alguien que presume de
flema británica, esto suena horriblemente overstated. Contrólese la señora, no le pase lo que al Dr. Strangelove en Teléfono rojo, volamos hacia Moscú
a quien, en momentos de excitación se le levantaba solo el brazo
derecho en saludo nazi. Perder sabe mal, desde luego, pero hay que
dominarse y no decir y hacer disparates. Porque, aunque Carmena no fuera
Carmena sino Belcebú mismo, la propuesta de Aguirre equivale a pedir al
PSOE que se pegue un tiro en su cabeza colectiva.
Las
malas lenguas dicen que, no habiendo tamayos a la vista, la llamada a
los instintos más bajos de los seres humanos se convierte en un alegato
en favor de la felicidad del hombre en la tierra. Si no se puede comprar
a nadie en concreto con valores contantes y sonantes, se procede a
engatusar al grupo con valores y principios ideales. El caso es que
Carmena no sea alcaldesa. Mucho temor se adivina aquí. Para ocultarlo,
Aguirre echa mano de una peculiar aritmética. La mayoría de los
madrileños ha votado en contra de Carmena (61,24%) al votar PP, PSOE y
C's mientras que Carmena solo tiene 31,85%. Seguramente Aguirre vota
antes en contra que a favor de algo y la prueba es que su candidatura ni
siquiera tenía programa. Pero los demás no tienen por qué ser como ella
y probablemente voten antes a favor de sus opciones que en contra de
las de los demás. Aunque si se repitiera aquí la caprichosa suma de la
Dama del Imperio británico, la diferencia sería colosal: el 58,54% de
los madrieños, también mayoría, votó en contra de Aguirre, a quien solo
apoyó un 34,55%.
Es
puro mal perder, falta de estilo y heraldo de comportamientos más
absurdos y estrambóticos. A la señora no le gustará pero en su partido
están todos encantados de verla derrotada, desde Rajoy a Botella. Se
aferra a la presidencia de la organización en Madrid e intrigará lo que
pueda en el Ayuntamiento para afianzarse ya que su posición en el
partido peligra. En él, en todos los niveles, se hace siempre lo que
diga Rajoy y Rajoy puede montarle una conspiración interna para echarla
del cargo. Por eso probablemente está ella montándole otra a él para
desalojarlo del suyo. De hecho, ya ha pedido una refundación del partido. La cuestión es quién desenfunda el primero.
Eso de tener que ser el primero en algo nunca ha gustado nada a Rajoy . Para empezar, no va a hacer cambio alguno en el gobierno y en el partido.
Ya dijimos, en el PP todo lo decide el Jefe consultándolo con la
almohada. Hasta quién será el candidato del partido en noviembre: él,
hombre, él. ¿Quién si no? ¿Uno que salga de unas primarias? ¿O de un
congreso? ¿Qué congreso? El PP es un partido jerárquico de corte
franquista. A Fraga lo nombró Franco. Luego lo desnombró, pero eran
cosas del Caudillo, cuya vida tenía Dios que guardar muchos años. A
Aznar lo nombró Fraga; a Rajoy, Aznar. A quién nombre Rajoy en su
momento está por ver. De momento, a Rajoy. Y el Jefe decide asimismo si
las elecciones se han ganado o perdido. Estas se han ganado, según
Rajoy, razón por la cual ha nombrado candidato a Rajoy, el que las ha
ganado. Esto ya no es solo mal perder. Es no saber lo que se dice.
Los
barones, sin embargo, se le están rebelando y tomando las de
Villadiego: Herrera, Rudi, Fabra, Cospedal y Bauzá, gentes inconstantes,
tornadizas, de alfeñique, que se rajan en la primera dificultad. Nunca
debió confiar en ellos. Nada comparable con la firmeza de un Camps, un
Matas, una Mato, una Aguirre. Lástima que esta sea tan cabezota y se
empeñe en sustituirlo en la Jefatura. A él, que está ahí puesto por
voluntad divina y solo abandonará el cargo con los pies por delante.
De
aquí a noviembre Rajoy está seguro de dar la vuelta a los sondeos, las
encuestas, los pronósticos, de probar que estamos saliendo de la crisis,
de saber comunicarlo con acierto, de recuperar la confianza de la que
hoy no dispone, de caer bien a la gente. Está dispuesto a dar la vuelta
al mismo principio de la realidad. Seguramente es lo que se dice cuando se mira en el espejo por consejo de su cofrade de partido, Herrera, el presidente de Castilla y León: "nadie mejor que yo para ganar las elecciones de noviembre".
Lo
malo es que no tiene partido y de aquí a los comicios tendrá que
emplearse a fondo solucionando crisis de liderazgo, conflictos
territoriales y de todo tipo en un partido que pasa a ser oposición en
muchos sitios y sin líder, en otros es irrelevante, como en Cataluña y
el País Vasco y en otros está mal avenido. Y a ver cómo se defiende de
la petición malévola de un "congreso de refundación".
Porque las elecciones no se ganan con partidos en crisis.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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