Hubo un tiempo, un tiempo largo, parecía
inacabable, en el que España se jugaba su porvenir como Estado
democrático de derecho en una denodada lucha contra el terrorismo
etarra. Había atentados y disturbios constantes. Las calles de las
ciudades del País Vasco eran inseguras y, aunque en menor medida, las de
otros lugares del país. Decenas de ciudadanos llevaban escolta y
estaban obligados a vivir vidas angustiosas por el permanente temor a un
asalto armado. Muchos de ellos, de todo tipo, condición o edad, caían
victimas de la vesania de ETA. Teníamos una lucha en dos frentes: había
que vencer al terrorismo e impedir que, en la lucha, la democracia
recurriera a los mismos procedimientos que combatía y se deslizara así
de nuevo hacia la dictadura con lo cual, en último término, los etarras
hubieran ganado. Fueron años muy duros. Años de plomo y goma 2.
Poco
a poco fue asentándose la convicción de que la victoria sobre el
terrorismo solo sería posible mediante la unidad de las fuerzas
democráticas. Mal que bien, acabó consiguiéndose. Incluso se firmaron
dos pactos de lucha antiterrorista entre los dos partidos dinásticos. El
segundo de ellos, si no recuerdo mal, a instancias de Rodíguez
Zapatero, entonces en la oposición y con la oposición, a su vez, del
vicepresidente del gobierno que lo consideraba un "conejo que se sacaba
de la chistera" Zapatero.Adivínese quién era el autor de este
hallazgo: el mismo Rajoy que unos años más tarde defendía el pacto del conejo en la chistera como si fuera suyo, como un producto de sus entretelas y acusaba a Zapatero de querer traicionarlo. Rajoy en estado puro.
Aun
así, había un consenso cerrado, cerradísimo, de todas las fuerzas
políticas, apoyadas por el conjunto de la sociedad, en el sentido de que
la política antiterrorista era exclusiva del gobierno y no estaba
sometida a crítica. Los demás, punto en boca. Ese consenso se
cerraba con un broche de oro: nadie usaría el terrorismo como arma política y mucho menos electoral.
Y así aguantó nuestra sociedad la tormenta de fuego y odio que la azotó
durante largos años. Hubo momentos de flaqueza como cuando el
inevitable Rajoy acusó a Zapatero, entonces presidente del gobierno, de
"traicionar a los muertos" y de poco menos que de connivencia con ETA.
Con ello solo consiguió mostrarse como lo que es, una persona sin
escrúpulos. Pero, en términos generales, la unidad se mantuvo, el
terrorismo quedó fuera del debate político, el frente social y mediático
antietarra era total. Y ETA sucumbió, eliminando así el último
obstáculo a la plena instauración de la democracia en España. Lo que ha
venido después ya es otro asunto sobre el cual hay hoy día muy
encontradas versiones.
Con
estos antecedentes, ¿cómo se le ocurre a esta señora Aguirre usar el
terrorismo como arma electoral? Tenía razón ayer Palinuro. Aguirre no
vive en la realidad, sino en un teatro siniestro que se ha montado en su
cabeza. Ayer la comparaba con algunas heroínas. Le venían grandes
todas. Se acerca más al tipo Medea: movida por pasiones irrefrenables,
un odio sin limites y una obsesión por imponerse capaz de destruir todo
lo que la rodea. Lo que hace. ¿Cómo rompe el acuerdo básico que
posibilitó la derrota del terrorismo y, además, con carácter por así
decirlo, retroactivo, con el fin de insinuar odiosas connivencias entre
Carmena y los terroristas? ¿Es que no está en sus cabales?
Aguirre
no tiene cabales. No tiene limites. El límite es ella misma. Un caso de
mitomanía colosal. Es ella sola, la única. Ya se ha enemistado con
todos los dirigentes de su partido, absolutamente todos, que están
deseando verla estrellarse. Y lleva camino de hacerlo si sigue mostrando
tanta ruindad, tanta mezquindad, tanta ansia por vilipendiar a su
adversaria de las formas más repugnantes. Empezó hace unos días poniendo
en cuestion la profesionalidad de Carmena al afirmar que es jueza por
el cuarto turno con lo que consiguió ofender a todos los del
cuarto turno, que son unos profesionales dignísimos y dejó impoluta a
Carmena que es jueza por oposición. Y por oposición anterior a la
implantación del cuarto turno. Una mentira, un infundio hecho con mala
uva, con un espíritu bastante mezquino.
Ahora llegan las venenosas
insinuaciones sobre las decisiones de Carmena como jueza de vigilancia
penitenciaria. Aquí, lo de menos es que Aguirre hable sin saber lo que
dice y tome las providencias judiciales como decisiones de las que ella
adopta con esos colaboradores que luego acaban todos en la cárcel. Esta
saña revela que la dama es una simple y así se lo dice una reposada y
segura Carmena que lamenta escuchar cómo su interlocutora, a su edad,
dice tales "simplezas".
Es
que vive de ellas. Cuanto más simples, elementales, chocantes y
agresivas sean sus afirmaciones, más conseguirá la condesa que no se
hable de lo que realmente le preocupa, la corrupción, en la que vive
anegada hasta las cejas y últimamente hasta más arriba de las cejas. Con
buena parte de sus amigos, colaboradores, asesores, subordinados y
allegados por diversos motivos entre rejas, procesados, imputados o a
punto de serlo, el repentino descubrimiento de ese pintoresco ménage à trois
gastronómico entre la presidenta de la comunidad, su amigo del colegio y
el marido hace añicos su justificación de que ni ella ni su familia
aparecen pringados. Y, de paso, sitúa el asunto en el nivel adecuado,
más bien entre la cocina y el servicio, propio de una novela de
Galsworthy. Y luego dicen que la aristocracia española es estirada,
cuando se mezcla con los fogones porque, según parece, gracias a las
generosas concesiones y contratas que la Comunidad concedía al amigo del
cole, este colocaba en los más distinguidos comedores de distintas
instituciones los sabrosos quesos del marido de la presidenta.
Para
evitar el bochorno de esta inmersión absoluta en el mundo del
chanchullo, la mamandurria, el enchufe y el favoritismo, de la
corrupción en definitiva, Aguirre arremete con verdaderos insultos,
infundios y golpes bajos contra Carmena a la que acusa sin prueba
alguna, de laxitud con los asesinos y, en el fondo, de simpatizar con
ellos, de ser equidistante, de ser totalitaria. Tanta bajeza, tanta
ruindad, tanta desmesura e injusticia con una jueza que ha cumplido
siempre su deber, no ha sido nunca sancionada sino, al contrario,
galardonada con un premio, seguramente ganarán para Aguirre los votos de
la ultraderecha de la de brazo en alto. Pero solo esos. Los otros, de
gente normal, más templada, huirán de ella. A lo mejor cae en la cuenta y
nos ahorra a todos un espectáculo tan bochornoso como el del debate de
ayer.
Preguntaba
Aguirre si, dadas ciertas circunstancias de carácter judicial privado
aclaradas por la jueza, Carmena no creía que en Inglaterra se vería
obligada a deponer su candidatura. Esa pregunta debiera empezar por
contestarla ella: si no se vería obigada a dimitir por haber presidido
un gobierno que ha sido un muestrario de corrupciones y episodios
propios de la pantera rosa, con maletines volanderos, espionaje
en los ascensores, sobornos, fundaciones fantasmas. Con el agravante de
que su propio marido, su familia están implicados en presuntos tratos de
favor y supuestos cabildeos con la institución que ella presidía. Si se
añade a la comitiva el divertido sainete del triángulo nutricional, a
lo mejor ya ni siquiera se le plantea lo dimisión como candidata porque
quizá no le dejen entrar a presentarla. Estos ingleses conservadores son
muy estirados y, así como no les gustan los toros, aborrecen el olor a
ajo y a queso de oveja.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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