lunes, 6 de abril de 2015

Rajoy y el obispo / Ramón Cotarelo *

(...) De regreso de las correspondientes meditaciones y mariscadas de semana santa, el presidente viene dispuesto a avocar todo el proceso electoral que se avecina y se lo anuncia no a los apóstoles, sino a los 600 miembros de la Junta Directiva Nacional. No enviará emisarios a los territorios en pugna sino que los visitará él en persona, uno a uno, para animar el espíritu de los decaídos votantes del PP. Encabezará la campaña en todas partes, como hizo en Andalucía. Los escépticos y aguafiestas temen un resultado de la segunda llegada de Rajoy, a modo de parusía, todavía más catastrófico que el de la primera.
 
Debilidades y temores de gentes sin fe como la del obispo Munilla y sin carácter ni energía. Rajoy está, en cambio, pleno de vigor y determinación, seguro del mensaje que va a transmitir, el de la recuperación de la crisis gracias a los sacrificios de este noble pueblo. Tiene confianza en sí mismo y, aunque su valoración popular sigue siendo la más baja de todos los políticos de toda la segunda Restauración, está convencido de ser capaz de "dar a vuelta a las encuestas".
 
Solo necesita que sus colaboradores inmediatos, los barones, los alcaldes que se enfrentan a unas elecciones difíciles crean, confíen en él. Pero no parece ser el caso. Los interesados, Aguirre, Fabra, Monago, etc, prefieren hacer eso que se llama "campañas personalizadas", centradas en sus figuras y nombres y dejando en la penumbra el de su superior jerárquico, Rajoy, que huele a resucitado y el de su partido, que suena más en las salas de los juzgados que en los mítines políticos. 
 
Toman ejemplo de Susana Díaz quien enfocó su campaña envolviéndose en la bandera de Andalucía e ignorando cuanto sucediera al norte de Despeñaperros. Pero no es seguro que lleguen a la perfección de dejar a Rajoy de telonero, como hizo la andaluza con su flamante secretario general. Rajoy manda mucho en el PP y ha sido él quien nombró a todos los candidatos y quien puede desnombrarlos como vino a hacer con el hoy semiproscrito Ignacio González.
 
Pero justamente esa inevitabilidad de la presencia del resurrecto Rajoy, luego de la humillante derrota andaluza, puede ser el golpe de gracia para las expectativas electorales del PP en especial en las Comunidades Autónomas en las que los sondeos auguran resultados modestos.(...)
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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