(...) De regreso de las correspondientes
meditaciones y mariscadas de semana santa, el presidente viene dispuesto
a avocar todo el proceso electoral que se avecina y se lo anuncia no a
los apóstoles, sino a los 600 miembros de la Junta Directiva Nacional.
No enviará emisarios a los territorios en pugna sino que los visitará él
en persona, uno a uno, para animar el espíritu de los decaídos votantes
del PP. Encabezará la campaña en todas partes, como hizo en Andalucía.
Los escépticos y aguafiestas temen un resultado de la segunda llegada de
Rajoy, a modo de parusía, todavía más catastrófico que el de la
primera.
Debilidades
y temores de gentes sin fe como la del obispo Munilla y sin carácter ni
energía. Rajoy está, en cambio, pleno de vigor y determinación, seguro
del mensaje que va a transmitir, el de la recuperación de la crisis
gracias a los sacrificios de este noble pueblo. Tiene confianza en sí
mismo y, aunque su valoración popular sigue siendo la más baja de todos
los políticos de toda la segunda Restauración, está convencido de ser
capaz de "dar a vuelta a las encuestas".
Solo
necesita que sus colaboradores inmediatos, los barones, los alcaldes
que se enfrentan a unas elecciones difíciles crean, confíen en él. Pero
no parece ser el caso. Los interesados, Aguirre, Fabra, Monago, etc,
prefieren hacer eso que se llama "campañas personalizadas", centradas en
sus figuras y nombres y dejando en la penumbra el de su superior
jerárquico, Rajoy, que huele a resucitado y el de su partido, que suena
más en las salas de los juzgados que en los mítines políticos.
Toman
ejemplo de Susana Díaz quien enfocó su campaña envolviéndose en la
bandera de Andalucía e ignorando cuanto sucediera al norte de
Despeñaperros. Pero no es seguro que lleguen a la perfección de dejar a
Rajoy de telonero, como hizo la andaluza con su flamante secretario
general. Rajoy manda mucho en el PP y ha sido él quien nombró a todos
los candidatos y quien puede desnombrarlos como vino a hacer con el hoy
semiproscrito Ignacio González.
Pero
justamente esa inevitabilidad de la presencia del resurrecto Rajoy,
luego de la humillante derrota andaluza, puede ser el golpe de gracia
para las expectativas electorales del PP en especial en las Comunidades
Autónomas en las que los sondeos auguran resultados modestos.(...)
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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