El reducido grupo de personas que protagonizaron el lanzamiento de
Podemos ofrecieron, de entrada una imagen en buena medida impactante y
novedosa, por sus perfiles personales, modos de expresarse, mensajes,
comportamientos individuales...
La pareja formada por Pablo
Iglesias y Juan Carlos Monedero, invitados habituales en los programas
de televisión, con su aire de jóvenes profesores universitarios, su
crítica radical al sistema y a los viejos políticos, junto con un
lenguaje cercano que sintonizaba con la gente, adquirió muy pronto
notoriedad y hasta un cierto prestigio. Se les empezó a escuchar con
atención creciente.
A ellos se fueron sumando también otros
personajes con un perfil humano parecido: los Errejón, Bescansa,
Alegre... e incluso los disidentes de Izquierda Anticapitalista como
Echenique y Teresa Rodríguez, hasta formar un conjunto bastante
interesante.
En aquellos meses iniciales, de presentación y
lanzamiento, su condición de profesores universitarios, de estudiosos
de la ciencia política, junto con la impresión de que tenían sintonía
con los problemas de la gente porque estaban chequeándola día a día en
calles y plazas, más el aporte de la imbricación en las redes sociales,
concedió a sus análisis y veredictos el marchamo de lo bien fundado y
hasta fiable.
Han pasado los meses, concurrieron con éxito a las
elecciones europeas y lograron cinco diputados, y después llegaron las
andaluzas. Aquí ya, los de Podemos cometieron un error: creerse las
encuestas y presumir de ellas. El veredicto de las urnas, los 15
escaños conseguidos, que en sí mismos constituyen una auténtica hazaña,
sin embargo han dejado el sabor amargo del fracaso precisamente porque
no cumplieron las expectativas.
En efecto, los cerebros de
Podemos sugirieron que iban a disputar la mayoría a los socialistas, en
reñido tú a tú, y en realidad han quedado como tercera fuerza y muy
lejos de la cabeza. Ni siquiera son la llave de la gobernabilidad de
Andalucía. Lo dicho, un buen resultado se ha convertido en decepción.
Y
ahora llegan las municipales y autonómicas de mayo, para las que, por
cierto, Podemos aún no tiene redactado el programa electoral. Y ante
las que tampoco saben qué van a hacer después de los comicios, cuando
llegue la hora de formar mayorías y de negociar coaliciones con otras
fuerzas. Un reto que se ha convertido en jeroglífico endemoniado, porque
en pueblos, capitales y autonomías están surgiendo corrientes que no
acatan del todo la disciplina de la dirección nacional.
¿Qué le
está ocurriendo a Podemos? Que les ha llegado la hora de la política
real. El momento de decidir estrategias, de anunciar medidas, y de
dirigir una organización de ámbito nacional en la que han de compaginar
el inicial asamblearismo, la democracia de base, con la coordinación y
la eficacia. Y el mensaje único.
Los líderes de Podemos, que se
supone que han estudiado durante años las teorías políticas, sobre las
que han dado clase y hasta investigado y publicado libros, se enfrentan
a una coyuntura que desconocen: la aplicación práctica de esos
presuntos saberes a la política real y concreta. Una asignatura
pendiente, que aún han de aprobar.
Así que ha llegado el momento
de comprobar si son tan listos como dieron a entender. Y de ver si
tienen cuajo y carácter para chapotear en la política de verdad.
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