martes, 14 de abril de 2015

“Y esto, ¿quién lo paga?” / Carlos Díaz-Güell

La propuesta electoral de Ciudadanos sobre una supuesta revisión del calendario de inversiones en los futuros proyectos de la alta velocidad, con objeto de destinar las cantidades afectadas a políticas de I+D+i y el debate que ha suscitado tal supuesto, demuestran la dificultad de modificar los hábitos presupuestarios de las distintas administraciones, aunque las alternativas propuestas puedan estar llenas de rigor y sentido común.


No pa­rece muy arries­gado apuntar a que el par­tido de Rivera ter­mi­nará en­vai­nán­dose tan oxi­ge­nante pro­puesta.

Con in­de­pen­dencia de que el com­pro­miso po­lí­tico pro­venga de la es­fera teó­rica del par­tido en­ca­be­zada por el eco­no­mista Garicano, el hecho cierto es que la “grandeur” es­pañola ha ter­mi­nado por hacer un país con más ki­ló­me­tros que nadie de au­to­pistas gra­tui­tas, con más ae­ro­puertos que ningún otro país de Europa, con más ki­ló­me­tros de AVE que ningún otro país del mundo salvo China, con uni­ver­si­dades que res­ponden más a plan­tea­mientos po­lí­ticos que ra­cio­nales y con unas es­truc­turas del Estado que hacen que mu­chos ob­ser­va­dores de dentro y de fuera se hagan la misma y so­ca­rrona pre­gunta que en 1954 se hizo Pla cuando llegó a Nueva York: “Y esto, ¿quién lo pa­ga?”.

Los su­ce­sivos go­biernos de España han te­nido que op­tar, con ma­ti­ces, por fijar prio­ri­dades en ma­teria de gasto y de in­ver­sión y así se han con­se­guido re­cords irre­pe­ti­bles como el que haya ca­pi­tales de pro­vincia que reunen hasta nueve ae­ro­puertos en un radio de cien ki­ló­me­tros o que el “desdoblamiento” de ca­rre­teras em­pren­dido por el go­bierno de Felipe Gonzalez, se con­vir­tiera de forma casi au­to­má­tica en la cons­truc­ción de au­to­pistas gra­tui­tas, sin ol­vidar que la ca­pa­cidad cohe­sio­na­dora del AVE re­sulta in­so­por­ta­ble­mente cara y le­siva y que co­che, tren y avión com­piten para ver quién pierde me­nos.

Frente a este de­rroche de hor­mi­gón, fuente de co­rrup­ción y de vic­to­rias elec­to­ra­les, la in­ves­ti­ga­ción, la in­no­va­ción y la uni­ver­si­dad, fac­tores de los que de­pende el fu­turo mo­delo pro­duc­tivo de un país, se mueven entre la nada y la más ab­so­luta de las mi­se­rias y muy ale­jados del con­cierto de países con los que te­nemos que con­vivir y com­pe­tir.

España ocupa la de­ci­mo­sép­tima po­si­ción entre los 28 Estados de la UE en ma­teria de in­ver­sión en I+D+i con una apor­ta­ción anual del 1,24% del PIB. Este por­cen­taje está muy ale­jado de lo que de­dican a este fin los países como Finlandia (3%), Alemania (2,94%) o Austria (2,81%). El es­carnio es aún mayor si se tiene en cuenta que desde hace diez años Portugal (1,36%) está por en­cima de España en esta ma­te­ria.

Y como re­flejo de esta pa­té­tica si­tua­ción de la I+D+i es­pañola, la re­ciente di­mi­sión por di­fi­cul­tades pre­su­pues­ta­rias de Andreu, res­pon­sable del prin­cipal centro de in­ves­ti­ga­ción en España, el Instituto Carlos III.

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