domingo, 26 de abril de 2015

Salir de la política / Juan Ramón Calero *

Por naturaleza, los cargos en política no son vitalicios sino temporales. Excepcionalmente, algunos son vitalicios, como ocurre en España con la Jefatura del Estado, que la ostenta el Rey hasta su muerte, salvo abdicación. En Estados Unidos, los únicos puestos que se ostentan vitaliciamente desde el nombramiento, son los de  miembros del Tribunal Supremo. Es una forma de garantizar su imparcialidad e independencia. En Washington dicen que los jueces del Tribunal Supremo nunca se jubilan y rara vez se mueren. Pero, salvo estas excepciones, la regla general es que los puestos políticos son temporales. Se está en ellos, y luego se deja de estar. Uno es concejal durante un tiempo, pero en algún momento se deja de serlo.

Hay notables casos de personas que han logrado eternizarse en los cargos públicos. Habría que ponerse de acuerdo en lo que se entiende por “eternizarse”. ¿Veinte años sin interrupción viviendo de la política? ¿Treinta años?. Hay personas que saben sobrevivir en todos los avatares. Conocen perfectamente los estrechos canales de adulación y complicidad por donde hay que navegar para resultar designado. Y transitan con soltura de un puesto retribuido a otro, sin hacer mucho ruido, sin tomar nunca iniciativas llamativas, para que nadie se fije excesivamente en ellos. Para sobrevivir, no hay que destacar. Ni sobresalir, ni ser demasiado brillante. Las personas que pretenden ocupar largo tiempo puestos políticos bien remunerados, han de asumir que los partidos que les nombran prefieren gente cómoda y disciplinada, que sepa respetar la jerarquía.

Pero la política ¿debe ser una profesión? ¿por qué se mete uno en política?. Según una leyenda urbana, alguno que otro ha confesado que se ha metido en política para forrarse. Y ciertamente que algunos lo han conseguido con creces. Pero, sin llegar a tanto, es inevitable preguntarse sobre cómo y con qué medios vivía una persona antes de entrar en política, y cómo viven después de algún tiempo en ella. Pero la pregunta es: ¿debe ser la política una profesión?. 

Al principio de nuestra democracia no lo era. Uno se metía en política por vocación de servicio a los intereses generales. En la campaña de las municipales de 1983, los candidatos de AP (ahora PP) decían que si salían elegidos alcaldes no cobrarían sueldo alguno, ya que para ellos era un orgullo ser alcaldes de su pueblo. Pero poco a poco esto fue cambiando. Como se preguntaba Mario Vargas Llosa ¿cuándo se jodió Perú? ¿cuándo empezaron a cambiar las cosas?. En otros partidos no lo sé, pero en el que yo militaba, con la llegada de Aznar a la presidencia del partido, entonces fue cuando empezaron a proliferar los profesionales de la política. Y no es que lo critique. Seguramente este cambio era necesario. Pero quizás no de un modo tan amplio y generalizado. ¿Está justificado que todos los diputados regionales cobren elevados sueldos? ¿Y todos los concejales?.

Lo cierto es que hay personas que nunca han ejercido una profesión fuera de la política. Empezaron en las juventudes del partido, y desde entonces han ido saltando de un puesto político a otro, pero, eso sí, siempre bien remunerados. Y un paso más es la patrimonialización de las estructuras del partido. Este sentido de  pertenencia privativa es lo que hace que algunos consideren que los puestos políticos no solo han de ser vitalicios, sino también hereditarios. Y los hijos suceden a los padres en los puestos retribuidos.

El problema es que, tarde o temprano, puede venir el revés. ¿Qué harán entonces esas personas que han hecho de la política su profesión si las urnas no les permiten continuar en un puesto remunerado?. Si el partido conserva algún reducto de poder, por muy pequeño que sea, habrá quien se mueva con presteza y consiga un nuevo puesto, bien directamente en la política, bien en empresas que hayan estado cerca del poder. Esto es lo que se llama la puerta giratoria. Estos supervivientes natos no irán al paro. No hay que preocuparse por ellos. Saldrán adelante. Y los veremos de nuevo como senadores designados por los Parlamentos regionales o como miembros de consejos de administración. 

Ahora bien, el problema es que no habrá puestos para todos. Algunos se quedarán sin nada. No serán elegidos diputados, ni concejales, ni funcionará para ellos la puerta giratoria. ¿Qué harán entonces?. Por lo pronto, irse al paro. Pero necesariamente tendrán que reciclarse para aprender a competir en la sociedad por un puesto de trabajo o por una actividad económica. Será muy duro. Pero terminarán saliendo adelante, y cuando se acomoden, ya no querrán volver nunca más a la política. Porque lo peor de la política es que se depende de la opinión de demasiada gente.

A los que salgan de la política, un consejo: es importante que se reciclen y que se formen para la actividad privada. Pero mucho más importante es que se esfuercen en rechazar el rencor, la inquinas, los reproches y la mala sangre. Porque, al fin y al cabo, más que reciclarse, importa lograr salir de la política sin convertirse en una mala persona.

(*) Ex presidente de Alianza Popular en la Región de Murcia y ex portavoz en el Congreso de los Diputados

(Publicado en 'La Verdad', hoy, 26 de abril de 2015)

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