El mismo día en que se conocían los
malos datos de la Encuesta de Población Activa de abril, Mariano Rajoy,
el presidente de los sobresueldos, salía por su amado plasma a espetar a
los españoles su habitual sarta de embustes y patrañas triunfales,
aunque con algo de sordina porque los datos no acompañan ya que, si bien
el paro bajó en 13.100 personas, se destruyeron 114.300 empleos,
uno de esos enredos estadísticos cuya conclusión acaba siendo siempre
la misma: todo va peor que al comienzo de la legislatura. Nada de brotes
verdes, ni raíces vigorosas, ni aceleración de nada. La habitual ración
de plasma con las trolas y la propaganda acostumbradas: los datos de la
EPA muestran, según el teleplasmado que hay una evolución cada vez más positiva de la economía española: menos paro, más empleo y de mejor calidad.
Tres mentiras: no es que baje el paro sino que las personas contratadas
en precario, por horas o, incluso, sin remuneración, dejan de figurar
como paradas. Hay menos empleo (114.300 empleos destruidos) y en cuanto a
su calidad, basta con preguntar qué trabajos tiene la gente. O leer los
periódicos. Hace un par de días, la patronal conservera proponía pagar parte del salario en metálico y la otra en latas de conservas.
De ahí a pedir que la gente trabaje por la comida, media un paso. Y de
ahí a la esclavitud, otro. A eso lo llama el de los sobresueldos "ir en
la buena dirección". Cierto que la patronal citada ha retirado la
propuesta. Pero la hizo.
Sacar
en plasma al presidente más desprestigiado y menos valorado de la
historia de la democracia a colocar las trolas habituales solo puede
obedecer a una astuta estrategia de hacerle cargar en exclusiva con el
desastre de España y arruinar sus muy escasas posibilidades electorales.
Para el PP, Rajoy se ha convertido en un lastre y los demás dirigentes
están locos por encontrarle un sustituto. Bueno, eso los que no están
locos por ver cómo se libran de que los procesen por corruptos. Ocho de
cada diez ciudadanos no confían en él. Parece poco probable que lo voten
Por si hubiera alguna duda sobre esta situación de absoluta falta de crédito y prestigio, The Economist publicaba muy recientemente un artículo sobre la situación española, Spain's recovery. Not doing the job en el que, aunque reconoce que el PIB está creciendo al 3%, no está creándose empleo y no se está saliendo de la crisis.
Son dos visiones opuestas de la realidad: la de quien va vendiendo el abalorio de la Gran Nación y la de quienes, desde el extranjero, consideran que España no funciona.
Para salir de dudas, hágase un experimento muy simple: sálgase a la calle y pregúntese a la gente a quién cree, si a Rajoy o a The Economist. Y no hace falta salir a la calle: pregúntese incluso a los miembros del gobierno a quién creen, si a Rajoy o a The Economist. Hasta el final, pregúntese al mismo Rajoy a quién cree más, si a él o a The Economist.
Y eso que The Economist
se concentraba solamente en lo económico, haciendo honor a su título.
Si mirara también otras cuestiones, por ejemplo, el magma de corrupción
que anega el país y tiene paralizado al gobierno, quizá encontrara
razones para el fracaso español. El país de Bankia, Blesa, Rato y
cientos de corruptos o presuntos corruptos más tiene muy crudo salir
adelante. Materialmente imposible.
La seriedad de The Economist le ha impedido lucir su humor británico. Se le ha escapado la ironía de que Rajoy termine su mandato con la repetición de una de sus más celebradas necedades, la de los hilillos de plastilina, con referencia al peor desastre ecológico en las costas de España producido por la incompetencia del gobierno.
Ahora, en Canarias.
Mismo desastre, misma incompetencia y mismo incompetente.
La seriedad de The Economist le ha impedido lucir su humor británico. Se le ha escapado la ironía de que Rajoy termine su mandato con la repetición de una de sus más celebradas necedades, la de los hilillos de plastilina, con referencia al peor desastre ecológico en las costas de España producido por la incompetencia del gobierno.
Ahora, en Canarias.
Mismo desastre, misma incompetencia y mismo incompetente.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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