Si la corrupción no alcanzara también a los máximos dirigentes
nacionales del PP, lo normal sería que desde Génova enviaran un
cerrajero a la sede regional del partido. Lo normal es que suspendieran cautelarmente de militancia al presidente y al
secretario general, sospechosos de supuesto enriquecimiento ilícito, y
nombraran una gestora para hacerse cargo hasta después de las
elecciones.
Lo normal es que expulsaran del partido a Martínez Pujalte y exigieran la dimisión de Valcárcel del Parlamento Europeo y la de Miguel Ángel Cámara de la alcaldía de Murcia.
Lo normal sería que destituyeran al delegado del Gobierno (¡cuádrense¡), Joaquín Bascuñana.
Eso sería lo normal en una democracia sana y decente, y en un partido
en el que los militantes contaran algo y no pagaran la cuota sólo para
sufrir bochorno.
Sin embargo, a la vista está, lo normal es este mamoneo.
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