La realidad política regional supera a la ficción. Solo así se explica
la semana ‘horribilis’ vivida por el PP desde la irresponsable dimisión
de Antonio Cerdá. Alejándose de la mayoría absoluta (sigue cayendo en
los sondeos del Cemop para ‘La Verdad’, mientras crece Ciudadanos), los
populares entraron en una espiral de zancadillas, presiones y
‘vendettas’ que deja al descubierto su imperiosa necesidad de renovar
liderazgos, comportamientos éticos y formas de hacer política ante una
sociedad que cambia a enorme velocidad y a su vez reclama cambios a sus
dirigentes.
Si la campaña electoral se plantea como una dicotomía entre
lo nuevo y lo viejo, ya pueden correr: el batacazo puede ser de órdago.
Pedro Antonio Sánchez y José Ballesta son buenos candidatos, aunque
tendrán que emplearse a fondo porque lo que pesa hoy es la marca y la
del PP cotiza a la baja.
Lo que más sorprende de los últimos
acontecimientos es que Alberto Garre pensara hasta el último día que
tenía una oportunidad cuando era evidente que Sánchez era el candidato
del aparato y, sobre todo, que Valcárcel haría cualquier cosa para
frustrarla. El discurso regenerador y el aprobado en los sondeos de
valoración ciudadana son activos residuales en los partidos donde impera
el ‘dedazo’. Y Garre, que no es un novato, pecó de ingenuidad al pensar
que, para el interno de su formación, le serviría de algo dejarse la
piel e imprimir una impronta personal de austeridad, honestidad y
cercanía en San Esteban.
Si al ninguneo que se le regala casi desde el
minuto uno desde sus filas se le suma una gestión torpe de la crisis que
otros calculadamente le provocaron, sus posibilidades eran igual a
cero. Ya era demasiado tarde para demostrar firmeza. De no haber
reiterado (en exceso) su disponibilidad para encabezar la lista, su
salida no tendría el regusto amargo que le espera a quien, a mi juicio,
puede despedirse con la cabeza alta porque, cuando acertó o erró con su
Gobierno, actuó pensando en su región.
Pasará a mejor vida, pero al
menos sin la impostura de Cámara, quien sabiéndose fuera desde
diciembre, como adelantó ‘La Verdad’ en enero, mantuvo la ficción de que
seguiría, solo para controlar su sucesión y cortar así el paso a
algunas de sus concejales que le mantuvieron a flote. Penoso broche para
tan mediocre gestión.
El PP parece consciente de que debe reaccionar y
por eso puso el viernes el mando de su acción política en Sánchez, quien
no deja de ser una opción arriesgada porque la querella del fiscal está
desactivada temporalmente. Si apostaron por él en Murcia y Madrid es
porque es el mejor preparado para la renovación que precisa su partido.
La cuestión es si tendrá tiempo.
Sin discurso ni líder regional,
Ciudadanos sube como la espuma y puede ser la llave de la
gobernabilidad. Pero Albert Rivera, como Pablo Iglesias, tiene la vista
puesta en las generales y quizá no esté por la labor de llegar a
alianzas autonómicas estables. Si quiere retener el Gobierno, al PP no
le queda otra que lograr la mayoría absoluta.
(*) Director de 'La Verdad'
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