Hace mucho tiempo que no se ven unas elecciones tan abiertas, de
resultados tan inciertos. Al menos, desde los inicios de la transición. Y
no son solo una consulta, sino cuatro en un año con intervalos de tres
meses o menos. Aquí va a ponerse
todo a prueba.
Son
elecciones tan abiertas y con tanta volatilidad en intención de voto
porque hay un estado generalizado de desconcierto, una aguda conciencia
de crisis, un asomarse a lo imprevisto que causa a la vez ilusión y
zozobra.
La
crisis es triple. La económica no precisa presentación. En parte vino
de fuera y en parte se originó dentro. Va por su séptimo año sin signos
reales, consistentes, de mejoría. Ha causado y sigue causando destrozos
económicos y sociales sin cuento. Es una emergencia.
A
ella se ha sumado una crisis política, institucional, producida por la
incompetencia del gobierno. Aplicando rígidas políticas económicas
impuestas por la UE o Alemania y reformas radicales de carácter
ideológico, está haciendo pagar la crisis a los sectores sociales más
desfavorecidos, atentando seriamente contra la cohesión social,
generando desigualdades lacerantes (basta mirar la escala salarial),
provocando la indignación de amplios sectores sociales.
Esa
indignación provoca una tercera crisis cívico-moral que se enciende con
la corrupción rampante, omnipresente que todo lo contamina. La
corrupción es la segunda preocupación de los españoles, pueblo
caracterizado por unas amplias tragaderas históricas. La conciencia se
condensa en una de crisis de la democracia. Señor@s,
esto ha tomado un rumbo equivocado. Hay que enderezarlo. Hay que
regenerar la democracia. Regeneración es la palabra, tampoco tan nueva
esta parte del planeta.
¿Cuántas
veces se ha oído al gobierno su intención de aprobar medidas de
regeneración, códigos éticos, reformas normativas, decretos,
recomendaciones, sesudos informes y hasta páginas web? Ninguna de ellas
pasa del primer vagido, si lo da. ¿Por qué? Porque el gobierno carece
de toda autoridad para esta empresa y el primero en saberlo es él. Por
eso no tiene entusiasmo y las cosas sin entusiasmo no salen. Aunque
tampoco está claro el deseo de que salgan.
La
cuestión es si el PSOE puede izar esa bandera regeneracionista. Si
puede y si le dejan. Es y se reconoce parte del orden dinástico. Esto lo
obliga a especificar qué quiere regenerar y si, para hacerlo,
precisa reformar la Constitución, cuál será el alcance de esa reforma.
El punto esencial de su defensa es el acotamiento de la reforma
constitucional frente a las dos opciones alternativas, el inmovilismo
cerrado de la derecha y el proceso constituyente abierto de la
izquierda. Ambos superiores en un orden puramente lógico porque si todo
inmovilismo excluye la reforma, no toda reforma excluye el inmovilismo.
Y, por el otro lado, si el proceso constituyente incluye cualquier
reforma constitucional, la reforma constitucional excluye el proceso
constituyente.
El
programa regeneracionista del PSOE se hará en el marco de la reforma
constitucional, aun bajo la sospecha de que ello servirá para muy poco
en la cuestión catalana. El problema es saber exactamente el alcance de
la reforma, esto es, si además de la planta territorial del Estado y una
serie de derechos sociales y económicos (que ya veremos) se propondrá
algo con relación a las sempiternas cuestiones abiertas en España, la de
la Monarquía República y la de las relaciones entre la Iglesia y el
Estado. Asuntos nada fáciles de zanjar.
La
reciente arremetida a estilo algarada de Podemos ha sembrado el
desconcierto en la pesada izquierda institucional, en una táctica típica
de la caballería númida, de ataque y repliegue. IU se ha venido abajo
con mediano estrépito y las cohortes sociatas se han estremecido. Pero,
parecen recomponerse pues también ellos, como Escipión en Zama, disponen
de temibles jinetes númidas. Recuérdese que, así como los de Podemos
no son de derechas ni de izquierdas, los númidas podían combatir en las
mismas guerras en campos contrarios. Pasada la primera sorpresa,
retirados los efectivos a los cuarteles de invierno, entra ahora en
acción la maquinaria bélica. Aquí la regeneración viene por el lado de
un proceso constituyente, sin límites. Rien ne va plus!
Y
justo en ese momento se ha colado en el mentidero regeneracionista
Ciudadanos sin duda por eso que los de Podemos llaman con cierta
cursilería una ventana de oportunidad y que consiste en
aprovechar el hueco. Pues hay hueco; lo dicen los votos. Pero no saben
cuál porque el discurso de Ciudadanos es incomprensible, un popurrí con
tendencia a la derecha extrema, pero vestida de modernidad. De
regeneracionista, nada. Pero no por falta de autoridad, como en el PP,
sino de interés en la materia.
Ya puede una amargada Rosa Díez exponer
el decálogo del despecho, las diez diferencias con Ciudadanos
que prueban cómo ellos son un partido serio y responsable y los de C's
una panda de advenedizos sin principios, oportunistas, sin escrúpulos.
Será cierto que esas sean las diferencias, pero los ciudadanos parecen
haber visto otras, entre ellas una muy tonta pero importante: un nombre
fácil de identificar. ¿Qué es UPyD? ¿Qué la formación magenta? Sería
quizá injusto que no llegara al 3%, pero puede pasar.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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