Una persona muy cercana a mí defiende que los cartageneros tendríamos
que tener algún beneficio por el hecho de tener como vecinos a numerosas
empresas petroquímicas en uno de los mayores complejos de industrias de
este tipo que existen en España y en el Mediterráneo. Se indigna
incluso al pensar que pagamos la gasolina de nuestros coches al mismo
precio que en otros puntos del país que rechazan la instalación de
plantas similares a las del valle de Escombreras. No seré yo quien
menosprecie esta propuesta en un Estado donde nos hacen pagar un precio
más que elevado por el agua que proviene de otras regiones. ¡Cómo si
fuera de su propiedad!
Dejaré correr ese agua, al menos mientras
no tengamos problemas para beberla, y me centraré en el valle industrial
y, más concretamente, en el responsable de la planta más importante de
cuantas se encuentran instaladas en este rincón energético del sureste
español. Y es que fue el presidente de la refinería de Repsol en
Cartagena, Juan Antonio Carrillo de Albornoz, quien me inspiró para
abrir los ojos de mi Visión Nocturna tras unas cuantas semanas cerrados.
El
directivo de la multinacional española ofreció una rueda de prensa hace
unos días para explicar los proyectos que van a llevar a cabo este año y
con total y absoluta normalidad anunció que invertirán 61 millones de
euros, de los que un tercio se destinarán a una gran parada de
mantenimiento de las unidades del complejo para la que necesitarán
contratar durante un mes y medio a unos mil setecientos trabajadores
extra que, mientras dure la obra, se sumarán a los 1.600 que acceden
cada día a la refinería, de la plantilla y de empresas auxiliares.
Sin
embargo, me llamó más la atención un comentario que hizo una vez
finalizada la rueda de prensa, con los micrófonos ya cerrados y los
bolígrafos sobre la mesa, mientras saboreamos un café. La charla versaba
sobre cómo veíamos el centro de la ciudad y, sobre todo, sobre el boom
hostelero que han experimentado el eje peatonal y sus arterias en los
últimos años. Entonces, Carrillo recordó que llegó a Cartagena,
procedente de Puertollano, hace dos años y que mientras encontraba una
residencia fija, se alojaba en un hotel en pleno centro de la ciudad.
Contó
que cuando salía a pasear, veía muchas veces calles vacías y muchos
bajos que cerraban. Dos años después, el responsable de la refinería, ya
afincado en su vivienda, repite el mismo itinerario en sus paseos y
asegura que, ahora, ve lo mismo que cualquiera que tenga ojos, que cada
vez son más los días en los que el centro de la ciudad portuaria está a
rebosar de gente o, como decimos aquí en Cartagena, son más las jornadas
en las que parece Viernes Santo, porque cuesta abrirse paso entre la
multitud de personas que nos encontramos en el casco histórico. Apuntaba
también Juan Antonio Carrillo que seguía viendo cómo cerraban algunos
bajos, pero que, a diferencia de cuando llegó, son más los que suben la
persiana y emprenden una nueva aventura comercial u hostelera. Era su
forma de manifestar con hechos su convicción -quizás también su
esperanza- de que parece que algo está cambiando, de que Cartagena es,
probablemente, la ciudad de la Región con más posibilidades y más
alternativas para crecer en muchos sectores.
Sin embargo, lo dijo
como si él y su empresa fueran ajenas a la situación económica del
municipio y de la Comunidad, con la modestia de quien expresa su opinión
en una tertulia de bar sin darle demasiada importancia. Y mientras lo
escuchaba con atención e interés, no podía evitar pensar que este
directivo y la multinacional para la que trabaja tienen bastante que ver
en la transformación de Cartagena y, por qué no decirlo, en la
supervivencia en los años de crisis en los que tuvo la osadía de no
paralizar una inversión de 3.200 millones de euros, la mayor en la
historia de la industria en España y de Europa, para construir la
refinería más moderna del mundo, la misma que este año va a mantener
ocupadas al menos durante un tiempo a más de tres mil personas, la misma
que ha propiciado el atraque en 2014 de más de 500 grandes petroleros y
ha situado al Puerto de Cartagena como el líder nacional de graneles
líquidos, la misma en la que este año van a invertir 61 millones de
euros, que me pregunto si hay alguna otra que supere esta cantidad en la
Región en pleno año de elecciones.
Ojalá pudiéramos conseguir la
gasolina más barata como compensación por los inconvenientes que se
supone que existen al tener a pocos kilómetros productos considerados
sensibles, pero, si bien apoyo esta reivindicación, no voy a
menospreciar los beneficios que ha tenido y tendrá contar con una de las
mejores refinerías del mundo, que supondrá un goteo constante de
inversiones de decenas de millones de euros, porque prácticamente cada
año habrá una parada de mayor o menor importancia, como anunció el
propio Carrillo. ¿Qué hubiera sido de Cartagena en estos años tan
difíciles si, en lugar de decantarse por construir una macrorrefinería,
Repsol hubiera decidido cerrarla? Porque ya dijo el presidente de la
compañía, Antonio Brufau, que esa era la única alternativa. Yo prefiero
el vaso lleno, por favor.
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