Con su pompa y boato habituales, la
Iglesia católica escenificó el sábado el nombramiento de veinte nuevos
cardenales, veinte príncipes de la Iglesia. Un cuadro solemne. ¡Cuánta
púrpura! ¡Cuánto color! Los hay de todos los continentes. La Iglesia es
ecuménica. Pero el Papa Bergoglio los ha tratado uno a uno, según sus
circunstancias personales; algunos han pasado a presbíteros, otros,
además, han conservado la diaconía a título presbiteral pro hac vice,
por así decirlo, "a término". La Iglesia cuida de sus hijos, incluso
cuando son príncipes para que asciendan en el espíritu sin perder la
seguridad del mundo. Presente estaba el Papa jubilado Ratzinger.
Grandioso consistorio. Una imagen de otro mundo.
El Pontífice pronunció una breve homilía militante, casi combativa, y en un lenguaje con copyright, cuando animó a los nuevos purpurados y al resto del colegio cardenalicio a que “no se aíslen en una casta”. Precisamente. Con razón titula el reportaje el autor, Pablo Ordaz, Un Papa contra "la casta".
Va a resultar en efecto que hay una afinidad electiva entre Pablo
Iglesias y el Papa. Probablemente cuenta el origen argentino de SS. Y no
menos que se trate de uno de origen italiano. El grueso de los
argentinos son de origen hispano o italiano (con grandes aportaciones de
otros pueblos y razas) pero ignoro si hay algún saber convencional
acerca de cuál de los dos grupos sea más chanta. Porque escuchar a un Papa decir a los cardenales que no hay que ser una casta produce cierta perplejidad.
¿Y
por qué se atribuyen al Papa esas motivaciones reformistas radicales?
¿Por qué se lo teme en los obispados y sacristías? Pues, según parece,
porque invoca el nombre y la autoridad de Cristo. El Papa anterior, más
dado a lo contemplativo, sobre Cristo teorizaba. Escribió una biografía
suya, llena de celestiales consideraciones que Palinuro reseñó en su día
allá por 2007, (El Cristo del Papa).
Este Papa Bergoglio parece practicar las enseñanzas de Cristo en vez de
teorizar sobre ellas. Es curioso que, cuando esto sucede, se arma
considerable revuelo, los capelos se erizan, las sotanas se encrespan.
Es justo el momento que suelen gozar los cristianos de base, esos fieles descontentos con una Iglesia jerárquica y burocratizada. Creen que, por fin, el Cristo al que el mínimo Francisco seguía, se enseñoreará de su Iglesia. Porque es suya. Que esto lo inste el Papa, animando a la curia a echarse a esos polvorientos caminos, al rescate de los oprimidos, los marginados, los repudiados, los perseguidos, les parece verosímil y muy esperanzador. Los cristianos de base tienen su hogar en la primera de las bienaventuranzas, bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Es justo el momento que suelen gozar los cristianos de base, esos fieles descontentos con una Iglesia jerárquica y burocratizada. Creen que, por fin, el Cristo al que el mínimo Francisco seguía, se enseñoreará de su Iglesia. Porque es suya. Que esto lo inste el Papa, animando a la curia a echarse a esos polvorientos caminos, al rescate de los oprimidos, los marginados, los repudiados, los perseguidos, les parece verosímil y muy esperanzador. Los cristianos de base tienen su hogar en la primera de las bienaventuranzas, bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
No obstante, la homilía debió ser incendiaria para los purpurados. El español Blázquez regresa a España, firmemente decidido a luchar contra la pederastia en la Iglesia.
Solo con que lo haga con la mitad de denuedo que pone el obispo Reich
de Alcalá de Henares en luchar contra la homosexualidad en el mundo, los
curas pedófilos van a salir si no escaldados, sí aburridos. Denodadas
batallas a las que podrá contribuir monseñor Rouco ahora que, para
demostrar que no pertenece a casta alguna, acaba de mudarse a un piso de 370 metros cuadrados en Madrid, procedente del palacio episcopal.
Terminó el Papa Bergoglio avisando de que el camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre.
Y lo dijo delante de la copiosa delegación española, compuesta por la
vicepresidenta del gobierno, los muy píos ministros de Asuntos
Exteriores e Interior y otros ocho altos cargos de un gobierno que acaba
de establecer la cadena perpetua, o sea, para siempre. Los españoles
siempre más papistas que el Papa, hasta cuando es argentino.
Y,
por cierto, ¿qué hacían estos gobernantes españoles en la vaticana
celebración a cuenta del erario? ¿No es España un Estado aconfesional?
Si los señores Sáenz de Santamaría, García Margallo, Fernández Díaz y
resto del piadoso séquito querían ir a unos rituales y liturgias de la
religión que profesan, que se lo paguen de su bolsillo. Pero no ha
lugar. España sigue siendo un país nacionalcatólico.
El
más directamente interpelado por la afirmación del Papa de que la
Iglesia no condena a nadie para siempre era el ministro Fernández Díaz, a
quien los espectadores pudieron contemplar ayer en crueles close ups en
la entrevista con Jordi Évole. No es interesante lo que dijo, que fue
la sarta habitual de dislates y falsedades, aunque hubo momentos
sublimes, como cuando negó tener previstas multas para quienes
fotografiaran a los policías haciendo los trabajos que él les encarga.
Lo interesante fue cómo lo dijo, con qué acritud, destemplanza,
altanería, obcecación, irritación apenas contenida en un mar de gestos,
guiños, tics nerviosos que hacen temer seriamente por el equilibrio
anímico del personaje. Este hombre necesita asistencia psiquiátrica
inmediata. Se ve que sus continuas plegarias no son remedio suficiente.
(*) Profesor de Ciencia Política en la UNED
(*) Profesor de Ciencia Política en la UNED
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