A estas alturas del trayecto, nos piden que
seamos buenos, que tengamos fe, que tras pedirlo durante más de veinte
años dentro de otros tres y no sé cuántas promesas más llegará, presto y
sin retraso, el AVE soterrado. Nos muestran los planos del ferrocarril
ideal para 2017 una vez que hemos aprendido a ir a Albacete para coger
el AVE a Madrid; que nos conozcamos el enlace de Alcázar de San Juan
para tomar la vía hacia la recóndita Andalucía; que nos acostumbremos a
hacer kilómetros para pasar siempre por Alicante; que hayamos pagado en
vidas el olvido en Chinchilla y en vergüenza la desidia de Camarillas.
Tantas veces anunciando la llegada del tren, cientos de páginas y gritos tirados a las traviesas, fotos para los votos y declaraciones considerándonos mercancía?y ahora nos dicen que tengamos una gota más de paciencia. Que creamos que el AVE de segunda, que partirá a Murcia en dos, llegará por Alicante, sin soterrar y sin conectar con Almería, no es el definitivo. Que detrás viene una inversión de quinientos millones de euros para atender la demanda de la sociedad murciana, también ninguneada en el corredor ferroviario mediterráneo.
Como si de una acera
se tratara, los que nos representan nos anuncian, con un silbido tan
estridente como el que sufrieron los indios cuando el primer ferrocarril
surcó el Oeste americano, que ahora no toca, pero que nos quieren tanto
que no sólo nos dan un AVE sino dos. Cariño que demuestran año tras año
en unos presupuestos que castigan a Murcia a la indigencia aún sin
comenzar el ejercicio, ya que si se atiende a las cifras reales de
inversión estaríamos, como quizá estemos, muertos.
Piensan que nuestro
cerebro se ha desconectado tras un viaje en el que los únicos que
mantienen o aceleran su tren de vida son los que ni siquiera se sonrojan
al mandarnos a todos a un futuro irreal. Tantas vueltas a la espera de
que cambie el conductor y, por tanto, nunca más se sepa de la ruta
marcada, como ocurre con el transbordo del agua o con el
descarrilamiento de la energía fotovoltaica. Sólo nos queda gritar: ¡Más
madera!
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