miércoles, 17 de diciembre de 2014

García Legaz y Manuel Campos, del político y la dimisión / Pedro Costa Morata *

Con la satisfacción que proporciona el dimitir, la paz de espíritu que trae el finiquitar y las emociones de 'cambiar el chip', parece mentira que esta sea una práctica tan fugitiva, rácana y frustrante. Menos mal que, de cara al comentario y la reflexión, las distintas "¡infinitas!" actitudes frente a este trance resultan utilísimas, y más cuando se trata de políticos murcianos, reacios hasta el numantinismo a quitarse de en medio.

Diré, para entonarme, que Jaime García Legaz, secretario de Estado de Comercio está tardando en dimitir y lo pagará caro si no lo hace cuanto antes, reordenando su vida y aspiraciones; y que Manuel Campos, hasta hace pocos días consejero de Fomento, tardó lo suyo en escaparse de un cuadro del que la historia renegará; pero lo ha hecho y, en mi opinión, aprovechó un buen momento.

Como García Legaz es el exponente oficial del libre comercio en un momento de importantísimas negociaciones entre países y áreas económicas, y especialmente entre Estados Unidos y la Unión Europea, esperaba yo dirigirme a él con motivo de algún acontecimiento relacionado con esos procesos, o contestando a cualquier previsible pronunciamiento suyo sobre esa doctrina, tan sustancial en el capitalismo de sumisión y saqueo desde que las potencias modernas asumieron la sumisión de los otros y el saqueo de sus recursos como señas de identidad. 

Meditaba, ya digo, y deseaba el momento teniendo muy en cuenta el aprecio que me inspiró que en plena campaña electoral de 2011, y sin conocernos, me saludara un día muy cordialmente en la Glorieta de Águilas; gestos así me gustan, me estimulan y me hacen apreciar a la persona sin dar demasiado peso a las diferencias ideológicas. 

Ese aprecio, pues, estaba intacto cuando hubo de comparecer en un espectáculo lamentable tras aquellos dos ministros "García Margallo y Soria" de dedo amenazante (y, al tiempo, ridículo), advirtiendo a la República Argentina de represalias sin cuento por nacionalizar a la filial local de nuestra querida, meritoria y patriótica Repsol. 

Y también cuando ha sobrevenido el affaire del Pequeño Nicolás, otra desgracia para el PP y una pésima distracción en tiempos de prueba, que castiga a nuestro exdiputado murciano en su neófita imprudencia por no prever que se las había con una criatura diabólica que, como otros peligrosos adolescentes de la política y la literatura, exhiben una equívoca y devastadora precocidad, quedando muy lejos de la anécdota de la frivolidad política o de los gajes del oficio. 

Y como importantes personalidades e instituciones del PP, del Gobierno y del Estado (¡el mismísimo CNI!) han quedado con el culo al aire, a él, maillon faible en este espectáculo, le toca pagar. Yo ya me habría ido, aprovechando el trauma personal, para reordenar mi vida y aspiraciones, descansando del ajetreo en un Gobierno indescriptible. 

Por agradecer su cordialidad de un día, yo le sugeriría que, al reiniciarse, abandone el círculo de Aznar el innombrable (que incluye destacadamente, como él sabe muy bien, a Ana Botella, la pavorosa, que ha resultado ser causa destacada de su actual desgracia), así como el halo ultra de su itinerario. Lo del doctrinarismo librecambista se lo disculpo: no descartemos que en otro momento sean estos temas, económico-político-éticos, los que nos reúnan en un dialéctico pro y contra. 

Por su parte, embarrancado en Gobiernos murcianos excesivos en yerros y excedentarios de la historia, el fiscal en excedencia Manuel Campos ha ido acumulando gafes (¿creyó en algún momento que el Gobierno del que formaba parte era capaz de una política mínimamente ambiental, liberada de la influencia y la presión de un empresariado tan corto de vuelo?) hasta dejarse hundir en el matadero de Fomento, Obras Públicas y Urbanismo, destacado en corrupciones y manantial de insensateces: ¿en qué estaría pensando cuando se dejó querer, cambiando de carrera? 

Guardo la esperanza de que, advertido por su instinto, al que se le ha de suponer agudo y a tantas pruebas sometido, aguardase la ocasión fetén para hacer mutis por el foro, probablemente convencido de que la ya insostenible saga de Corvera facilitaba su estampida, dejando en la estacada lo que tan difícil arreglo tiene. Ha hecho bien en no mantener su nombre unido a ese dispendio: seguro que ha olvidado que, a más de varios aeropuertos concluidos pero inútiles, hay tres centrales nucleares hechas pero oxidándose, y cada una de ellas costó, al cambio, más que ese aeropuerto sonrojante; en el origen de esos dispendios está "no entremos en detalle" la estupidez humana, que en política bate récords.

El momento es el adecuado para trabajar por la justicia y no por desatinos, y los fiscales tienen más trabajo "y responsabilidades" que nunca. Que Campos regrese a ser fiscal, que trabaje contra la corrupción y por su gente (aunque sea lejos de Murcia), y vaya olvidando, tras hacer examen de experiencia, su deslucido papel como comparsa en despolíticas y figurón entre imputados (¡ay, ay, ay!). 

Y como deberá reflexionar sobre la aviesa ocurrencia de desafiar al mundo "Estado, mercado, trabajadores, sentido común" que tuvo su jefe anterior, de nombre Valcárcel, promotor de disparates e inmerecedor de adhesiones, quien sabe si, de paso y aunque fuera indirectamente, pudiera paliar su participación en la hecatombe de Corvera colaborando en la confección de una buena demanda, fina y personalizada, contra el prócer manirroto por el asalto a las finanzas regionales y los inocultables perjuicios ocasionados a diestro y siniestro.

No sería traición, no, sino lo opuesto: lealtad a los murcianos y contribuyentes todos, a la vez que lección a políticos desmadrados, sátrapas incorregibles e irresponsables en general.

(*) Ingeniero, profesor universitario y Premio Nacional de Medio Ambiente

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