Que los de Podemos son unos hachas en la cosa de la comunicación es ya
un lugar común. Llego tarde a reconocerlo. Son tan duchos para
instaurar sus mensajes que ahora, cualquiera que haga o diga algo que se
salga de la omertá pasa por ser un activista de Podemos. Si te cabreas
con el Gobierno, eres de Podemos. Si señalas a los golfos, eres de
Podemos. Si se te ocurre decir que hay que echar a la patulea que ha
enmierdado esta Región y este país, eres de Podemos. Si pones en
evidencia los incumplimientos, los despilfarros, las corrupciones y los
aprovechamientos personales, eres de Podemos. Para no ser de Podemos hay
que callarse, aguantar, soportar, disimular, practicar el escepticismo,
pensar que las cosas son así y nada se puede cambiar o, en todo caso,
de cromos.
Es tan potente el discurso de ese movimiento que es imposible
bordearlo. Y esto ocurre porque a alguien se le ocurrió decir que el rey
iba desnudo, y todo el mundo lo vio. De modo que ahora, los del
machito, se defienden adjudicando ‘podemitis’ a cualquiera que les ponga
cero en conducta. Lo cierto es que nunca agradeceremos suficientemente a
Podemos las puertas que han abierto, la libertad que han trasladado a
la sociedad y el diagnóstico general sobre la esclerosis del sistema que
cualquiera puede compartir. Ya han hecho la revolución; el corrimiento
de tierras es palpable. Y sin tocar poder.
Que no, que no hace falta ser de Podemos para estar cabreado, para
denunciar esta impostura, estos latrocinios, este vandalismo contra los
derechos ciudadanos y hasta esta insolvencia para la simple gestión
política y administrativa a lomos de la legitimidad democrática de las
urnas. Aunque, bien mirado, un poco de ‘podemitis’ bien le vendría a la
militancia del PP, esa mayoría silenciosa que en los bares de la
vecindad se ve obligada a compensar con los triunfos del Real Madrid la
vergüenza que sin duda sienten por la actuación de sus dirigentes.
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