martes, 9 de septiembre de 2014

Los caminos del PSOE / Ramón Cotarelo *

La imagen bolonia es un punto mediático. El nuevo rostro de la socialdemocracia europea: tres políticos relativamente jóvenes (Valls, Renzi, Sánchez), en mangas de camisa, confraternizando. Dos en el gobierno; uno de ellos en sus horas más bajas; el tercero en la oposición, haciéndose un hueco dentro del margen de los cien primeros días que los usos conceden a los ungidos. De Bolonia, Sánchez irá a visitar a Martin Schultz, correligionario no tan joven y presidente del Parlamento Europeo para limar algunas asperezas surgidas en la votación de Juncker para presidente de la Comisión.



Desarrolla el joven secretario general una actividad casi frenética; multiplica sus apariciones públicas; desgrana series de medidas y propuestas, generalmente positivas, constructivas, pendientes de pactos con el partido del gobierno que le hace tanto caso como a los grillos. Es obvio que trata de marcar distancias con el estilo anterior de liderazgo, más pausado y menos efervescente. De modernizar y agilizar la imagen del PSOE que actualmente aparece desfalleciente, en poder de los señores territoriales, de eso que se llama “el aparato”.

Pero la fuerza del argumento del cambio generacional no radica en el incremento del dinamismo y el activismo sino en las diferencias substantivas, de contenido, de objetivos. Y aquí no está tan claro que el relevo en el PSOE signifique una ruptura con lo anterior, un giro. Al contrario, Sánchez sitúa expresamente a su partido en el ámbito dinástico y comparte al cien por cien la intransigencia rubalcabiana en cuanto al derecho de autodeterminación ajeno. Así ha ido a espetárselo directamente a Mas, a recordarle que él, como Rajoy piensa que la consulta es inconstitucional e ilegal. Ni siquiera ha coincidido con el tímido apoyo al dret a decidir, de Iceta, cosa que también le ocurría a Rubalcaba.

De su propia cosecha Sánchez ha añadido el propósito de encontrar una nueva tercera vía, un centro entre el PP y Podemos; vale decir, entre la derecha y la izquierda. No se le llama “tercera vía” porque no suena bien, pero es de lo que se trata, de reinventar el centro. Centro es la palabra mágica que, sin embargo, tampoco puede pronunciarse porque las bases tienen fuertes querencias izquierdistas.

No, no haya cuidado que no vamos a embarcarnos en esa entretenida controversia de si el PSOE es o no de izquierda en la que participan con delectación quienes aseguran no repartir jamás vitolas de izquierdismo...

Otras medidas de Sánchez son erróneas, a juicio de Palinuro, singularmente la de aplazar las primarias a julio de 2015. En las elecciones municipales y autonómicas de mayo se va a pedir a la gente que vote por un partido sin saber de cierto quién será su candidato a la presidencia del gobierno. De tener algún efecto en los resultados electorales que ya no se prevén exuberantes, será negativo cosa que, a su vez, influirá en las primarias. Hay también en este aplazamiento un toque como de falta de audacia en el sentido de Napoleón que habla en demérito de Sánchez. Postergar una decisión inevitable es siempre una muestra de debilidad.

Pero lo más erróneo de Sánchez es el continuismo con el espíritu de la anterior dirigencia. Es verdad que cambia las personas, releva los cargos, pero no las ideas, los supuestos, las directrices, con lo que las substituciones de personas tienen escasa justificación objetiva. Suenan más bien a nombramientos de gentes de confianza. De amigos, vaya.

La idea es la misma de su antecesor: el PSOE debe ser un partido de oposición leal y responsable, constructivo, positivo, siempre proponiendo pactos de Estado al gobierno en pro de la ciudadanía, criticando civilizadamente los excesos de aquel. Es una especie de fijación con la fórmula de Zapatero en 2004.

En ningún momento se le pasa por la cabeza a Sánchez escorar su partido hacia la izquierda, ni siquiera de modo ficticio, echando mano de eso tan socorrido de que escucha atentamente el latido de la calle y está familiarizado con las nuevas formas de manifestarse de la opinión pública. Ni eso. Sin embargo, esta movilización social espontánea, muy facilitada por las redes, ya no es una cuestión de más o menos izquierda, sino una de presencia en la esfera pública, de participación, de que los ciudadanos tengan conciencia de una aportación específicamente socialista que ahora no existe y lleva camino clarísimo de seguir sin existir.

Tampoco actúa, sin embargo, como dirigente de un verdadero partido de oposición parlamentaria. En alguna ocasión Rubalcaba amagó con una moción de censura que pasó como una ensoñación. Desde entonces, nada ha cambiado. La oposición socialista acude al Parlamento a que la vapuleen y, en definitiva, a legitimar una forma de gobierno autocrática. El PSOE no presiona al gobierno en materia de corrupción, no pide su dimisión ni la de los ministros u otros cargos acusados de cobrar sobresueldos. Simplemente, no habla de la corrupción que debiera ser el tema monográfico de todas sus intervenciones. Ese es el inconveniente y el precio de ser una parte componente de un sistema de partidos dinásticos en el que la consideración esencial es la estabilidad por encima de la justicia social. Y si eso puede ser comprensible en el caso de un partido conservador, en el de uno de izquierda es mortal.

(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED

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