martes, 23 de septiembre de 2014

Ante un PP tramposo, boicot y acoso / Pedro Costa Morata *

Si el PP murciano insistiera en llevar a cabo la reforma electoral que, atomizando la región con más circunscripciones de las actuales, le permita seguir gobernando la Región con un 30/35% de los votos, el resto de los partidos debiera responder con un gesto de responsabilidad política que, siendo proporcionado al desvarío, suministre una buen lección al partido que tal agresión planea, aportando además un episodio de dignidad autonómica que contraste de forma contundente con el lamentable historial acumulado por Murcia.

Si, para seguir hasta los veinticuatro años continuados en el poder el PP murciano quiere amañar la ley electoral para suplir su pérdida de mayoría absoluta con una manipulación oportunista, los partidos de la región y la sociedad murciana entera debieran pasar de las lamentaciones y denuncias a los hechos, con una respuesta que, resultando espectacular y sin precedente, ponga las cosas en su sitio. Habría, en esas circunstancias, que condenar la convocatoria autonómica de mayo de 2015, renunciar a participar en ella y prepararse para una guerra sin cuartel contra las decisiones de una cámara monocolor y las políticas de un Gobierno execrable: boicot y acoso, sería el programa para toda la sociedad murciana distinta a la que sintoniza con el PP, que ya no cuenta con mayoría absoluta.

Anotaré, antes de seguir, mi relativa sorpresa por la 'revelación' de un Garre que, abandonando la discreta grisura de su persona y trance, se suelta el pelo para provocar un escándalo de aúpa: vaya ocurrencia, si es que creía que así alcanzaría la gloria y superaría la pobreza política general que a su papel la historia ha reservado. Me ha recordado a aquel Calvo Sotelo, presidente del Gobierno de España por año y medio (1981-82), al que la provisionalidad evidente de su papel entre la dimisión sorprendente de Suárez y el auge incontenible del PSOE del momento no le impidió meternos en la OTAN por decisión simplemente parlamentaria, contra una opinión pública que en ese momento era mayoritariamente hostil.

Y siendo siempre un ataque la mejor defensa, ha llegado el momento de enmendar aquel gesto de pillería política del PSOE, creando las cinco circunscripciones electorales (el socialista Oñate, en apuros pero pertinaz, dice ahora que aquello lo elaboraron «entre el ruido de sables y el objetivo de la gobernabilidad». Ya). En cualquier caso, no debe aceptarse de ninguna forma la vuelta de tuerca de Garre, aumentando las 'reducciones' para control propio.

Pero volvamos a la propuesta del boicot. Apuntemos que los regímenes formalmente democráticos no están a salvo de prácticas antidemocráticas que, de hecho, los deslegitiman porque vienen a pretender el poder sin el funcionamiento regular de las urnas, o en prolongar ese poder escamoteando el ordenamiento vigente y cambiándolo a capricho. La adaptación oportunista de ese ordenamiento para burlar lo vigente en asuntos esenciales utilizando mayorías sin consenso debe insistirse en que pertenece al género golpista, puesto que la toma de poder ilegítimamente abarca una amplia panoplia de prácticas, más allá de la violencia o el pucherazo. Siempre habrá, claro, portavoces que apunten que modificar lo de las circunscripciones en Murcia vale (mándennos, anden, a Martínez Pujalte a que nos lo diga, y a ser posible que nos lo sublime con lo de 'exquisita legitimidad').

El boicot sería, pues, una decisión general política y social hacia la Asamblea y el Gobierno de ella emanado, en todo cuanto fuese posible, aduciendo ilegitimidad de fondo y desvergüenza de forma. Que iría acompañado del acoso mantenido desde la calle, con una sociedad civil que tendría entonces la oportunidad de movilizarse de verdad y con contundencia. Sería muy interesante porque llegaría el momento en que una minúscula región del occidente mediterráneo, en cuyo suelo se acumulan civilizaciones y culturas, avances y realizaciones, desde nuestros geniales neolíticos hasta la sugerente Ilustración, pasando por el iberismo, la presencia latino-romana, la huella bizantina, la taifa andalusí? viviría un episodio dictatorial, grotesco y bananero, con la mayoría en la gente clamando contra la minoría autoelegida; y tendría la oportunidad de sacudirse modorras, tópicos y sonrojos.

El escándalo, a escala nacional y europea, de una región monocolor de resultas de una maniobra aviesa preelectoral resultaría utilísimo, y con toda probabilidad duraría poco. Habría llegado, así, el momento de la catarsis que la Región necesita, superando esa pátina, en gran medida correspondiente a la realidad, de región de segunda sin remedio, pedigüeña y contradictoria, escandalosa y corrupta, cuya imagen nacional se sigue arrastrando por las marcas del subdesarrollo y lo penoso. A todos debiera alegrarnos que, con la crisis, se suspendiera la autonomía y se produjese la convocatoria de un consenso regional, con la reelaboración de nuevas normas de convivencia equilibrada y ecuánime? Sería el más justo final del periodo en el que el PP en el poder nos ha ido llenando de ignominia, de pasmo e ira.

Por otra parte, el acoso desde la calle sería ejemplar: constante y ubicuo, pacífico y hábil, global y multiforme. Pondría a prueba, desde luego, la flexibilidad y el sentido social de la ley, el buen sentido de las fuerzas del orden y el papel social e histórico de los tribunales en tan emocionante trance. La visión puede resultar ideal pero hay sueños que se cumplen: si los policías se resisten a reprimir y los jueces se niegan a juzgar, con la calle en ascuas el sistema acaba cediendo, nadie debe dudarlo, ya que la historia sigue dándonos muestras, cada poco, de cambios sensibles desde la calle abierta.

De cara a ese cambio inevitable, todos los grupos políticos y sociales deberían encontrarse en un espacio común de indignación y de grandeza; y responder, con inteligencia y generosidad, a la felonía anunciada de forma acorde y vigorosa. 


(*) Ingeniero y profesor titular de Universidad

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