sábado, 5 de julio de 2014

Transpeperencia no, gracias / Felipe Iracheta *

La Ley de Transpeperencia, pretende entre otras cuestiones, hacer desaparecer de los expedientes públicos, aquellos informes técnicos y jurídicos que pudieran comprometer o contradecir resoluciones cocinadas convenientemente a favor o en contra de determinadas cuestiones de interés público-privadas. Por ello, me permito desde esta columna decir NO a esta Ley.

He sido funcionario de esta Comunidad Autónoma durante cerca de treinta años, siempre en la dirección general de Urbanismo excepto un par de años en que fui defenestrado coincidiendo con la llegada del PP y el episodio de Lo Poyo, que me tocó en suerte lidiar e informar como técnico, informe que fue desfavorable pero que no sirvió de nada, porque en aquellos tiempos los cargos intermedios del PSOE que aún gobernaba, que por cierto no tenían nada de socialistas, y el exalcalde de Cartagena, José Antonio Alonso, se encargaron de tumbar mi informe y limpiar el camino para su aprobación definitiva por el Consejo de Gobierno, aprobación que no se produjo hasta la llegada del PP. 

La aprobación de Lo Poyo fue anulada por el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Murcia en el año 2000 y posteriores actuaciones relacionadas con la especulación de los terrenos que llegaron a parar a manos de los de la Operación Malaya marbellí, motivaron que hasta el presidente Valcárcel, que aprobó la reclasificación, declarara que Lo Poyo era ilegal e inmoral.

Hasta entonces, la dirección general de Urbanismo era un modelo de transparencia, no hacían falta consignas ni leyes, sólo voluntad, voluntad de informar y servir al ciudadano. Las puertas de los despachos permanecían siempre abiertas y a los ciudadanos se les informaba de inmediato sin necesidad de pedir cita ni de firmar ningún papel. Además de información verbal, se facilitaba el expediente solicitado en su totalidad, mesa, silla e incluso fotocopiadora para que copiara lo que quisiera. Teníamos claro que la información urbanística era pública y que el único requisito necesario era la voluntad de los funcionarios, su deber de informar y el de los ciudadanos de ser informados.

Con la llegada del PP las cosas empezaron a cambiar, aunque no la voluntad de los funcionarios no designados a dedo, y los ciudadanos tenían que solicitar la información por escrito, identificarse, exponer el motivo de su interés y su propósito, y pagar las correspondientes tasas por fotocopias y planos.

En los últimos tiempos, a partir de 2004-2005, el cerco se fue estrechando hasta el punto de que a los propios funcionarios se nos cerraban los archivos y teníamos que justificar la necesidad de consultar expedientes. Los técnicos que informábamos los expedientes urbanísticos y que exponíamos los asuntos en el Consejo Asesor de Urbanismo, fuimos sustituidos por el jefe de servicio o el subdirector general, cargos de libre designación, designados a dedo y, por tanto, de objetividad mediatizada por el cese en caso de responder a lo interesado por la superioridad. La casta no tenía ninguna voluntad de informar sino todo lo contrario.

Yo mismo tuve que sufrir represalias y amenazas de ser expedientado por facilitar información a la prensa o a concejales de la oposición e incluso por artículos periodísticos sobre cuestiones urbanísticas; la cosa no llego a más por falta de consistencia y quedó reducida al simple ninguneo. Algunos altos cargos, actuando como auténticos comisarios políticos, veían en la información y la transparencia una amenaza a los intereses de los ´suyos´ en los planes urbanísticos y sus reclasificaciones.

Pero hete aquí que aparece la Ley de Transparencia, una Ley que, según lo publicado, pretende regular el derecho a la información, que en lo urbanístico resulta sesgada e incompleta, al retirar o suprimir del expediente que se facilita al ciudadano, los informes internos, es decir, los informes técnicos y jurídicos que no fueran favorables o contrarios a los informes de los jefes que motivan resoluciones favorables del órgano decisorio, el órgano político, que generalmente es el consejero previo paso por el director general.

El caso Novo Carthago es paradigmático. El informe técnico desfavorable fue desautorizado y sustituido por otro informe ´cocinado´ adecuadamente para ser favorable. La cosa llegó hasta el punto de que el informe desfavorable no fue remitido al juzgado de instrucción cuando el asunto fue judicializado. Casual y afortunadamente, para mayor información de la Justicia, fui llamado a comparecer como testigo y pude aportar copia de mi informe (el desautorizado) que guardaba a buen recaudo y que era desconocido por jueces y fiscales.

También resulta alarmante, en esta transpeperencia, que se diga o se pretenda que los políticos deberán declarar sus bienes cuando entran y cuando dejan la política. Porque cuando dejan la política, si se lo han llevado crudo, ya no tienen ni obligación ni responsabilidad política alguna y se estaría a aquello de ¡que me quiten lo bailao!

(*) Arquitecto

No hay comentarios: