Dicen las encuestas preelectorales que
la abstención puede batir récords el próximo domingo 25 de mayo,
llegando quizás al 60% del censo, unos veintidós millones de españoles.
Ya en las anteriores elecciones europeas (2009) el absentismo electoral
fue enorme: sólo votó el 44,9% del electorado. Desde 2004 vota menos de
la mitad del censo „esa línea roja simbólica„ y desde la primeras
elecciones europeas (1987) ha dejado de participar un 25% de los
ciudadanos con derecho a voto.
La abstención será nuevamente la
abrumadora ganadora, se podría decir, pero nos estaríamos engañando. El
sistema político español y el propio proceso europeo en su fase actual
suman una grave crisis de desafección que afecta a su legitimidad, pero
que no impide que las instituciones funcionen con aparente normalidad y
se tomen decisiones que nos afectan a todos, votantes y no votantes.
Si
la española fuese una democracia madura con altos niveles de calidad
democrática, la amplia abstención y el elevado número de sufragios nulos
o en blanco encenderían todas las alarmas y obligarían por si solos a
revisar y corregir aquello que evidencia como grave problema la masiva
indiferencia o el abierto rechazo de los electores. Pero no es nuestro
caso. Antes al contrario, son sus graves deficiencias, su ineficacia y
su mal funcionamiento las que están en la base del abismo de
desconfianza que separa creciéntemente a los ciudadanos de sus
representantes y que sume en el descrédito a las principales
instituciones del país.
Los actores principales del sistema
político español „ese bipartidismo en crisis sobre el que se sostiene el
régimen de la Segunda Restauración borbónica„ dicen estar preocupados
por esta inhibición, pero sus palabras se ven cínicamente negadas con su
actos y sus decisiones, lo que no hace sino aumentar la lista de los
agravios ciudadanos en una espiral que socava cada vez más las bases del
régimen.
Ahora nos enfrentamos a unas elecciones europeas y como corresponde al bajo nivel del debate público en España, no se aprovecha para debatir de verdad sobre lo mucho que está en juego en un ámbito cada vez más decisivo para la vida de los ciudadanos españoles. De hecho, los agudos problemas económicos y sociales que ahora sufrimos vienen en gran medida determinados por decisiones que se están tomando e imponiendo desde Europa.
Los españoles hemos pasado de un
europeismo estusiasta pero acrítico e ingenuo (el abrumador
desconocimiento sobre la UE alcanza al 81% de los ciudadanos, según el
Eurobarómetro) a una acusada desconfianza: sólo un 23% confía ahora en
la UE, cuando en 2007 lo hacía el 74%, una caída de 51 puntos, la mayor
de la UE.
Europa se está haciendo a espaldas de los ciudadanos y
aún contra los ciudadanos. Las élites neoliberales que deciden por todos
responden a intereses que no son los de los pueblos soberanos europeos.
El déficit democrático de las instituciones europeas es enorme. Pero el
Parlamento Europeo, que es lo que se elige ahora, es la punta de lanza
para que avance la democratización y la participación de los ciudadanos.
De hecho es el único ámbito institucional realmente democrático, aunque
sus competencias estén aún muy limitadas.
El bipartidismo no
tiene interés en combatir la abstención. Le interesa que el nivel de
participación sea muy bajo para que la movilización asegurada de los
votos más fieles pueda representar un porcentaje significativo.
Pretenden así que el malestar social y la rabia política no llegue a las
urnas. La abstención inducida es el cortafuegos que están colocando
entre los ciudadanos y la posibilidad de un incendio político que
pondría en solfa la legitimidad de las políticas antipopulares impuestas
por la Troika y ejecutadas por el Gobierno.
Así, de salirles bien
la jugada, el partido que se proclame ganador tendrá el mayor número de
eurodiputados con un raquítico número de votantes. Juntos, los dos
grandes partidos del régimen pueden quedarse por debajo del 30% del
censo, y sin embargo conseguir más del 70% de los eurodiputados
(alrededor de 40 de los 54 que corresponden a España) Por eso tenemos
una campaña de tan bajo perfil. No quieren que vayamos a votar. ¿Seremos
obedientes y consentiremos con nuestra indiferencia, como en realidad
buscan?
La situación que estamos atravesando es de emergencia
social. Estas son las primeras elecciones desde que gobierna el PP con
el programa contrarreformista que mantuvo oculto y que se ha revelado de
una extrema dureza. El objetivo inconfesable es cambiar el modelo
social y la constitución material del país. Las elecciones se celebran
en la peor situación de todas para una mayoría de ciudadanos que han
visto agigantarse el paro y reducirse sus derechos y prestaciones
sociales como nunca antes. La inseguridad social y la precariedad están
por todas partes. Millones de ciudadanos son empujados a la pobreza y a
la exclusión. La desigualdad y el sufrimiento social han alcanzado cotas
desconocidas en democracia. Llevamos seis largos años soportando una
agresión brutal y continuada que nos ha ensombrecido la vida.
El
día 25 será uno de esos escasos días en que importa nuestra opinión, y
tenemos que aprovecharlo para derrotar las imposiciones insolidarias y
regresivas de las élites económico-financieras dominantes en Europa y de
los políticos lacayunos a sus órdenes. La lucha contra la dominación
política se hace por la protesta y la movilización social pero también
con el voto. En las condiciones actuales nunca fue mayor el valor de
cada voto ni nunca tuvo tanta influencia electoral una decisión
personal. Nada esta sentenciado. Démosles un disgusto y votemos en
defensa propia. Si esta conciencia cundiera quizás se produciría la
maravillosa sorpresa que tanta falta nos hace.
(*) Presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia
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