sábado, 15 de marzo de 2014

Valcárcel se va, nosotros nos quedamos / Patricio Hernández *

El presidente Valcárcel ha hecho su último debate parlamentario en la región. Media hora para despedirse de 19 años triunfales de gobierno con mayoría absoluta. Cuatro minutos para que intervenga cada portavoz parlamentario despues de cinco meses evitando acudir a la Asamblea. Una salida triste, escapista, vergonzante para quien ha dominado personalmente la vida pública murciana durante cinco legislaturas. 
 
La otra imagen de la decadencia política es la imposibilidad de culminar su sucesión como hubiera querido, con el gesto caudillista de designar al heredero, impedido por la intervención de los tribunales ante los que debe responder como imputado por graves acusaciones de corrupción.

Hasta hace bien poco nadie hubiera imaginado este final. El PP murciano se ha quedado súbitamente sin relato. Ya sólo vive de la inercia electoral de sus portentosas mayorías absolutas anteriores y de la eficaz red clientelar que ha tendido durante estos años por el territorio de la región. No encuentra ya otra forma de explicar la terrible situación que recurriendo al manido expediente del maltrato del Estado a la región. Pero ese mantra ya no sirve para explicar el tamaño del fracaso colectivo al que nos hemos visto arrastrados bajo la dirección del gobierno autonómico.

Vibran en el aire las comprometidas preguntas que nunca se quisieron oir: ¿por qué nos va peor que a otros? ¿por qué aparecemos invariablemente en los peores lugares de todas las estadísticas públicas? ¿por qué no hemos sabido recortar en veinte años los diferenciales negativos sobre los promedios del país y seguimos plena y fatalmente instalados en esta periferia de la periferia, en la España más atrasada e injusta? 
 
Si se hace difícil apuntar un catálogo de logros significativos en estas dos décadas, que queda reducido a una relación de infraestructuras, en parte cuestionadas por los efectos de la crisis, la lista de los problemas agudos que nos agobian no deja de crecer.

La crisis ha mostrado en Murcia su peor cara, la de un marasmo social en que se ven inmersos centenares de miles de ciudadanos, un vórtice de empobrecimiento y desamparo que no para de engullir familias enteras, ante la impotencia o la indiferencia de los poderes públicos, y un panorama desolador de crisis institucional que hace de la corrupción una plaga indomeñable que destruye la credibilidad de la política a un ritmo devastador.

Nunca hemos estado tan mal y nunca hemos padecido una tal carencia de horizonte colectivo como la que sufrimos ahora mismo. Y el gobierno de la región tiene en ello la mayor responsabilidad.

¿Puede una sociedad aceptar resignadamente que al menos una generación entera haya de ser sacrificada en el altar de la austeridad autoritariamente impuesta? ¿podemos convalidar un orden social que deja a casi la mitad de los ciudadanos bajo la amenaza de exclusión? ¿cómo vamos a seguir creyendo en nuestros representantes cuando un alto porcentaje de quienes nos han gobernado estos años está bajo la sombra de la corrupción? ¿quién va a responder de los desastres acumulados y del despilfarro indecente de recursos públicos perpetrado estos años?

Valcárcel se va, pero nosotros nos quedamos. Y nadie podrá reprocharnos que aspiremos a una vida mínimanente digna. Pero esa vida no va a venir de la mano de aquellos que nos han traido hasta aquí: lo que ha quebrado es un tipo de gobernanza, un modelo político excluyente que no ha contado con los ciudadanos, una alianza fáctica de élites que ha hecho una fuerte apuesta por la economía especulativa y ha cosechado un fracaso histórico estrepitoso.

Va a costar mucho reponerse, va a ser muy duro y llevará su tiempo. Nadie tiene soluciones mágicas ni probablemente tengamos que aspirar a situaciones que no regresarán. Pero para andar el camino que tenemos por delante necesitamos cambiar muchas cosas. Nadie repite las mismas soluciones sin obtener los mismos resultados. No podemos seguir por tanto con las mismas personas ni con la misma política.

Ya no tenemos opción: estamos obligados a renovar radicalmente nuestras instituciones. Es la hora de apostar por la verdadera transparencia en la gestión pública, la profesionalización de la administración, la participación activa de los ciudadanos en la toma de las decisiones que les conciernen, la promesa de no dejar a nadie en la cuneta y de reducir las insultantes desigualdades materiales que separan cada vez más a la mayoría social de una minoría codiciosa e insaciable, el fin de la partitocracia que todo lo ocupa y de las redes de amigos y beneficiarios del poder, una nueva cultura de respeto al territorio y de uso responsable y sostenible de los recursos no renovables, la recuperación de los derechos perdidos o menoscabados (los de ciudadanía, pero también los sociales) y la defensa indeclinable de los servicios públicos, etc.

Un atapa se cierra -con mucho dolor social- y otra se abre. Valcárcel se va y nosotros nos quedamos, pero no puede irse sólo. Es la hora del cambio de personas, de políticas, de prioridades. O pagaremos un precio muy alto por nuestra apatía y nuestra indolencia.

(*) Miembro de Convocatoria por el cambio en la Región de Murcia

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