sábado, 7 de diciembre de 2013

Política en tiempos de cólera / José Luis López-Mesas Colomina

La crisis provocada por el poder financiero ha dado la vuelta a las relaciones entre los que vivimos en Europa. Las burbujas varias han sido aprovechadas por los causantes del desaguisado para afianzar su estatus y recortar drásticamente lo que habíamos conseguido arrancarles al arrullo de los tiempos de bonanza ficticia, que ya vemos en lo que se quedó. Es el tiempo de que el mercado arrase con todo lanzando una salvaje andanada de privatizaciones, de forma que se convierte en motivo de negocio los más básicos de los derechos humanos. Fin de la cita, que diría uno de los sicarios de los financieros. Se acabó la fiesta, según otros. 

Es una situación nueva que ha provocado también una convulsión en las formas de organizarnos políticamente. La falta de cintura de los partidos tradicionales y los sindicatos de clase, ha generado montones de organizaciones sociales que han atomizado todavía más el poder de respuesta de los ciudadanos que no pertenecemos a la minoría dominante. Si unos no han sabido desgajarse del sistema, los otros tampoco han entendido que no se quita uno de encima las cadenas solo con luchas parciales que dejan al poder actual todo el campo de la política decisoria. 

De esta forma el campo de batalla a este lado de la trinchera está compuesto por organizaciones anquilosadas que ya no valen tal como están actualmente y por grupos de entusiastas cada uno en su parcela: sanitarios, maestros, desahuciados, pensionistas, parados y un largo etcétera, incapaces de entender que la sanidad, la enseñanza, el derecho a la vivienda, al trabajo o a una pensión digna, son cosa de todos, no de los grupos afectados. 

Y a todo esto el concepto de política que el sistema difunde a través de sus poderosos medios de propaganda, cala a unos y a otros, de forma que quien más quien menos sostiene que todos son iguales y que la política para los políticos, es decir, para los sicarios del poder financiero. Con lo que se deja en manos del enemigo la posibilidad de hacer leyes y manejar el dinero de todos. No solo nos oprimen, sino que lo hacen, para mayor recochineo, con nuestro dinero y con la aquiescencia de todos. La verdad es que no sé bien si es que ellos son muy listos o nosotros muy tontos. 

Lo primero que hay que entender es que la política no es sino la forma de organizarnos los seres humanos para que nuestras ciudades no sean una especie de lejano Oeste donde el que saca más rápido es el que gana. Y que política, la hacemos todos, y no solo los que están en las instituciones. El hecho de no intervenir ya es una forma de hacer política, basada en el individualismo impuesto por el sistema: cada uno en su casa y dios en la de todos. Es el decidir que la política la hagan los otros y a nosotros que nos dejen en paz. Como mucho, ir a votar cada cuatro años y eso si nos viene bien y no tenemos nada mejor que hacer. Por supuesto, como no tenemos ni idea, votaremos al que más dinero se gaste en propaganda. 

Pero si queremos darle la vuelta a la situación a la que nos han ido llevando (por supuesto, dejándonos arrastrar), hay que dar también la vuelta a la política en estos tiempos que corren. Ni nos valen los partidos tal y como los conocemos actualmente, no las instituciones actuales, ni tampoco el voluntarismo de gritos y pancartas, que tal y como se ha gestado, sirve más bien para poco más que desfogarnos. 

Lo primero es saber lo que queremos y en una primera fase ponernos de acuerdo todos los que no pertenecemos a la minoría potentada y opresora, que ya habrá tiempo cuando tengamos abrigo en establecer diferencias. Si vamos a construir una casa tenemos que saber cuántos metros cuadrados, cuantas habitaciones, el lugar donde la vamos a levantar, etc E inmediatamente entender que una casa ni se empieza por el tejado ni se construye en veinticuatro horas. Lo que significa que no podremos poner las tejas mientras no hagamos los cimientos, los pilares y los tabiques. Proponer tareas maximalistas no es lo mejor para llevar a buen puerto la empresa. Por poner un ejemplo, mientras no cambiemos la Ley Electoral no podemos proponernos un proceso constituyente.

¿Qué quiere decir lo anterior? Que no puede ir cada uno por su lado, ni nadie debería imponer nada. Lo primero es ponerse de acuerdo. Y cuanto antes mejor. Para ello habrá que dejar a un lado dogmatismos, personalismos y todo eso. 

Por otro lado, hay que generar organizaciones políticas que superen todo lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Si decíamos que los partidos o los sindicatos actuales se han quedado obsoletos y las organizaciones sociales se han atomizado en exceso, no se me ocurre otra cosa que una organización unitaria mixta que tome la calle para apoyar la entrada en las instituciones. No se debería entender una plataforma meramente electoral que no se apoyara en la ciudadanía organizada desde la sociedad ni viceversa. Solo desde las instituciones no se va a ninguna parte. Pero solo desde la calle tampoco. Es preciso un frente, una convocatoria, una plataforma o como la queramos llamar que actúe desde los dos ámbitos. Máxime cuando no están los tiempos para una toma violenta del poder ni tampoco para una huelga general revolucionaria que no sería apoyada por la mayoría de la población. 

Esta es la teoría. No parece muy complicado de entender. Ya solo queda que partidos, sindicatos y organizaciones sociales se autoconvoquen y se pongan en marcha. A ver si entre todos fuéramos capaces de marcar un plan de ataque que verdaderamente les haga daño. Nunca insistiré demasiado: cada uno por su lado nos van a pasar por encima. Y si eso es así, mal futuro tenemos nosotros, pero especialmente nuestros hijos y en el caso de algunos, nuestros nietos. Amén de que al final la gente acabará cansándose de ser siempre los mismos.

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