viernes, 31 de agosto de 2012

Muere el cardenal Martini, figura clave del progresismo católico, que nunca pisó la UCAM


CIUDAD DEL VATICANO.- Después de 16 años de enfermedad, el mal de Parkinson puso en estado terminal al cardenal Carlo María Martini, de 85 años, quien murió hoy en un suburbio de Milán, la diócesis más grande del mundo, de la que fue arzobispo. Nunca pisó la UCAM, lógicamente.

Martini, jesuita, es la figura más eminente de los progresistas católicos desde el Concilio Vaticano II y aunque crítico fue siempre obediente a los dos últimos papas, los conservadores Juan Pablo II y Benedicto XVI, que lo consideraban un amigo personal.
El neurólogo Gianni Pezzoli, su especialista de cabecera, fue que preanunció la noticia cuando temprano dijo:  "Ya no está en condiciones de deglutir alimentos sólidos ni líquidos, pero ha estado lúcido hasta lo último y rechazó cualquier forma de ensañamiento terapéutico".
"Milaneses, recen por él", pidió el cardenal conservador Angelo Scola, actual arzobispo de la metrópoli del norte italiano. Después llegó la confirmación de su muerte.
El Papa Ratzinger siempre destacó su admiración intelectual hacia Martini, lo recibió en audiencia en junio cuando visitó Milán y el cardenal acudió a ver a su amigo en una silla de ruedas y con un aparato electrónico para hacerse escuchar.
Para la Iglesia universal de 1.200 millones de católicos la muerte del cardenal Martini será un luto traumático porque evocará los últimos decenios de las agitadas controversias que han presidido los debates en torno y dentro de la Iglesia.
De las muchas propuestas de apertura que hizo Martini, un piamontés de pinta y carácter, será recordada la última. En uno de los últimos Sínodos mundiales de obispos convocados por Juan Pablo II, el arzobispo de Milán intervino para proponer dramáticamente un nuevo Sínodo que continuara el Vaticano II dando un nuevo impulso a las reformas que a su juicio apremiaban el presente y futuro de la Iglesia. Los progresistas católicos acusan a los dos últimos papas de haber desmantelado en gran parte las enseñanzas del Concilio que convocó Juan XXIII a comienzos de los años sesenta para reconciliar a la Iglesia con el mundo actual y modernizarla.
El Papa Karol Wojtyla archivó enseguida la propuesta de un nuevo Concilio y no mucho después Carlo María Martini renunció por límites de edad, al cumplir 75 años, a la cátedra de San Ambrosio. En julio de 2002 fue consagrado arzobispo emérito de Milán. Por entonces el purpurado se había ido a vivir a Jerusalén para refrescar sus estudios bíblicos.
El otro acontecimiento que lo vió en el centro del escenario de la Iglesia fue su decisión de influir para hacer converger los votos de los cardenales progresistas en el Cónclave del 19 de abril de 2005, en la figura del cardenal Joseph Ratzinger, elegido al otro día como Benedicto XVI. Esto ocurrió en la cuarta votación de la asamblea, después que los progresistas juntaron hasta 40 votos en favor de otro jesuita, el arzobispo de Buenos Aires, el argentino Jorge Bergoglio.
Martini era Rector de la Universidad Gregoriana, conocida como "la fábrica de papas" de la Iglesia por la cantidad de pontífices que estudiaron allí cuando eran jóvenes. Su fama de biblista y teólogo, su conocida apertura propia de los miembros de la orden de San Ignacio de Loyola de incursionar en los territorios inexplorados, en las "fronteras de la Iglesia", le hicieron moverse casi al borde del precipicio de las líneas convencionales en materia teológica y de ética, como revelaron sus extraordinarios escritos sobre la eutanasia.
Juan Pablo II no ocultaba su admiración por el rebelde pero obediente Martini y con la audacia que caracterizaba al pontífice polaco lo nombró, para sorpresa de muchos, arzobispo de Milán. Siguió así la tradición ambrosiana de diálogo con el mundo civil, con las búsquedas y angustias del laicado.
Wojtyla no se arrepintió nunca de los veinte años de una especie de "magisterio alternativo", como se dijo, del cardenal Martini, según algunos demasiado vecino a los anglicanos y los protestantes y favorable a un cambio revolucionario de la Iglesia en la cuestión femenina, la "otra mitad del cielo" eternamente postergada por una institución en manos de hombres.
Carlo María Martini deja una huella profunda en primer lugar en la arquidiócesis de Milán, donde se recuerdan sus iniciativas en favor de la Escuela de la Palabra y la Cátedra de los no creyentes, donde se hacían las "demandas de la fe".

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