miércoles, 18 de julio de 2012

Este no puede ser el castigo que reciba MAFO / Jesús Cacho

La primera comparecencia en el Congreso de los Diputados de Luis María Linde, nuevo gobernador del Banco de España (BdE) por la gracia de Luis de Guindos, tiene dos lecturas bien diferenciadas que, desde un punto de vista crítico, podrían resumirse en la anécdota de la botella medio vacía o medio llena. Me explico. En una situación de normalidad, tanto económica como política, del país llamado España, la intervención del nuevo mandamás del caserón de Cibeles podría ser merecedora de no pocos elogios, en tanto en cuanto abordó una revisión crítica de la actuación de su antecesor en el cargo, el tristemente famoso Miguel Ángel Fernández Ordóñez (MAFO). Dada, sin embargo, la situación de emergencia nacional que vivimos, las palabras de Linde suenan tibias y clamorosamente insuficientes.

MAFO, en efecto, no puede pretender cerrar el bucle de su demoledor paso por el BdE con una mera reprimenda moral o profesional. No se puede ir como si tal cosa. El daño que, por activa o por pasiva, ha causado al sistema financiero español con sus errores y fallos in vigilando se ha traducido al final en un rescate a la banca cuyo resultado final está por ver, pero que muy probablemente termine en una intervención de España y su deuda soberana, incapaz de atender sus compromisos de pago. Un daño cuantificable, medible en términos de paro, sacrificio y miseria colectiva para muchos españoles. Pérdida de nivel de vida para todos.

Es verdad que no es el único culpable. Es cierto que, a partir del año 2002, el señor Aznar, en lugar de dedicarse a bodas escurialenses y guerras varias, tendría que haber proseguido con las reformas estructurales que tan buenos réditos le dieron en su primera legislatura, obligando, además, a su ministro de Economía, el señor Rato, a tomar medidas tendentes a enfriar una economía que ya empezaba a mostrar peligrosos signos de recalentamiento. Luego nos cayó en suerte un solemne irresponsable que, encantado de hallarse a lomos de la burbuja inmobiliaria, nunca imaginó que aquello podía terminar por explotar. Lo sabía, sí, porque conocía la asignatura y además era su obligación, el ministro Solbes, uno de los grandes culpables del desastre que nos ocupa, un tipo que ahora anda desaparecido en combate, escondido, y también su sucesora, Elena Salgado, aunque resulte difícil a estas alturas imaginar en esta señora a una ministra de Economía.

Nadie, sin embargo, con el grado de responsabilidad en lo ocurrido de Fernández Ordóñez. Porque disponía de un Estatuto de Autonomía y tenía a sus órdenes instrumentos bastantes para mantener la eficacia y disciplina del sistema. Mandaba sobre la policía del sistema, la dirección general de Supervisión a cuyas órdenes trabajan los antaño temidos inspectores del BdE, a quienes en numerosas ocasiones en estos años se cerró el paso, se censuró o tapó informes y, en definitiva, se cortó las alas para que no pudieran molestar a los poderes fácticos de la cosa, encarnados fundamentalmente en el Banco Santander, cuyos rectores han sido los que han cortado el bacalao en el caserón de Cibeles. MAFO dejó el timón en manos de su segundo, Javier Aríztegui, y se dedicó a perorar de pascuas a ramos sobre la reforma laboral y similares, mientras bancos y cajas hacían de su capa un sayo entregándose, gracias al dinero abundante y barato que corría por los mercados financieros, a una orgía de riesgos inmobiliarios que ha terminado con los balances de las entidades agujereados como si de un queso Gruyère se tratara.

Prototipo de alto funcionario que no cumple con su deber
Es cierto que ocupar puestos públicos de relumbrón ha sido en España una lotería a la que, a pesar de los modestos sueldos que se pagan en la Administración en comparación con el sector privado, ha jugado mucha gente ansiosa de poder e influencia, a sabiendas de que, lo hiciera bien, mal o regular, no había ningún riesgo en el desempeño del cargo, ninguna obligación de dar cuentas a la hora de abandonarlo, excepción hecha de alguna que otra crítica en los medios de comunicación. Ordóñez es el prototipo de alto funcionario que, una vez en el sillón, hace clamorosa dejación de su responsabilidad en el ejercicio de ese cargo, en este caso la dirección del BdE. No cumple con su deber. También él sabía de sobra la asignatura -si bien es cierto que nunca fue un financiero stricto sensu-, y porque conocía la materia que tenía entre manos su culpa en el desastre ocurrido es mayor.

Decir, por eso, que “hay que reconocer que no tuvimos éxito en lo que llamamos supervisión macroprudencial”, es decir muy poco, en realidad no es decir nada. “No nos enfrentamos con la decisión que ahora, entendemos, habría sido necesaria al gran aumento de nuestro endeudamiento y, después, a la contención y corrección del fortísimo deterioro en los balances bancarios, consecuencia del estallido de la burbuja y la recesión”, añadió ayer Linde, para concluir que “se actuó con poca decisión o de modo insuficiente o inadecuado”. No, señor gobernador: su antecesor en el cargo actuó de forma temeraria y culposa, y ese comportamiento es en buena medida responsable del drama que hoy vivimos como país.

Lo ocurrido en la institución encargada de velar por la salud del sistema financiero no se puede, pues, describir o despachar con un puñado de palabras diplomáticas, como si fueran un ramo de amapolas cogidas al azar al borde del camino. Algunos de los responsables de las tropelías cometidas en bancos y cajas van a terminar sentándose en el banquillo de los acusados, sometidos al veredicto de la Justicia. Es una exigencia popular a la que ni éste ni ningún otro posible Gobierno futuro van a poder dar esquinazo. Sería inconcebible, además de inaceptable, que el responsable del desaguisado, o uno de los más importantes, se fuera de rositas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo me sé de uno de Murcia...