martes, 14 de junio de 2011

¡No van a por ti ni a por mí, vienen a por todos! / Pedro Luis Angosto *

Según se puede leer en antiguos libros escritos por hombres sabios cuyo nombre se desconoce porque su sabiduría les impelía al anonimato, cuando a un pueblo le llega antes el dinero que la cultura está condenado, como Sísifo, a tener que empezar de nuevo para reconstruirse sobre parámetros opuestos que son los que llevan a la dicha, la felicidad y la justicia. No es cosa sólo de España, pero aquí la herencia del franquismo ha dejado una tolerancia a la inmoralidad tan alta que a veces es difícil respirar y sobrevivir a la vez. 

Desde el 15 de mayo pasado asistimos a la primera respuesta que la ciudadanía ha dado en la calle a un orden de cosas, a un sistema que ineludiblemente nos lleva al desastre y a la degradación ética y material de nuestras vidas, pero no ha sido una respuesta de indignados porque el indignado tiene que demostrar que lo está y no sólo decirlo, ha de pasar de la potencia al acto, de la declamación a la protesta activa dirigida contra quienes manejan los dineros y están llevándonos a un punto de muy difícil retorno. 

Por tanto se hace necesario, en nuestra opinión, coger el catalejo, orientarlo bien y otear el horizonte para encontrar el lugar dónde hoy, de verdad, reside el poder: Si hay un sitio que representa, más que ningún otro, a esa gente dispuesta a regresarnos al siglo XIX, ese es, en todo el mundo, La Bolsa, verdadera Bastilla del siglo XXI.

Es en ese lugar y en sus aledaños dónde se ha fraguado esta tormenta interminable que comenzó con burbujas inmobiliarias, hipotecas basura, amenazas de quiebras generales de los Estados por ayudar a los bancos, contrarreformas laborales, transferencias de billones de euros de un continente a otro a la velocidad de la luz y una locura capitalista que parece no tener final para quienes la han fraguado pero sí para quienes la estamos sufriendo porque se puede vivir sin muchas cosas, pero de ningún modo se puede vivir sin dignidad, aunque está claro que de la dignidad pasiva –en mi hambre mando yo- no se come.

Las protestas del 15M tienen un inmenso mérito, todo el mérito del mundo, pero todos los movimientos sociales que en el mundo han sido, han tenido dirigentes, puede ser uno, diez o mil, y los dirigentes deben encargarse de plantear estrategias de futuro que enganchen cada vez a más gente, subiendo paulatinamente el tono de la protesta hasta mostrar de verdad que la indignación es un hecho real y que no se está dispuesto a transigir con ninguna transacción que no suponga cambiar radicalmente las bases sobre la que los estafadores, especuladores y chorizos de toda laya han edificado este estercolero dónde el más gilipollas o el más ruin recibe la recompensa más alta y el máximo reconocimiento social. 

Pero con ser importante a protesta del 15M, lo es más –de momento-, la protesta del 22M que no fue tal sino una contraprotesta mediante la cual el pueblo, que tenía varias opciones por las que decantarse, aunque no todas las deseables ni con una ley electoral justa, decidió dar todo el poder a quienes fueron los causantes de la versión española de la crisis y serán, probablemente, quienes nos aplicarán las recetas del fascismo económico con toda contundencia.

La mayoría de las decisiones que afectan hoy a los ciudadanos de todos los rincones de España se toman en las Comunidades Autónomas, que son a su vez quienes manejan la mayor parte de los dineros públicos, las que albergan los mayores nichos de corrupción y las que siempre que hay un problema echan la culpa al Gobierno central, cosa que ha calado en el pueblo que no quiere enterarse de que es el gobierno de su Comunidad el único responsable de la corrupción de su comunidad, del funcionamiento de la educación y la sanidad, de la aplicación o no de la Ley de Dependencias, del enchufismo, de los planes de urbanismo disparatados y suicidas, del cuidado de la naturaleza, de que funcionen o no los juzgados, de las políticas para fomentar el empleo o el desempleo y del despilfarro que ha hecho de una parte de la clase política –no toda, todos no son iguales-, una casta de privilegiados impunes, de nuevos ricos que alternan simbióticamente con los ricos de siempre en una vida de lujo y desenfreno verdaderamente vergonzosa.

Pues bien, decíamos al principio qué cuando la riqueza llega antes que la educación los pueblos están obligados a regenerarse y a preocuparse por la cosa pública como si fuera cosa suya porque siempre lo ha sido aunque parezca que se le ha olvidado. Pero esa es una tarea difícil pues cuando se ha tenido dinero fácil y uno se ha creído un burguesito con derecho a casi todo lo que se puede comprar, cree que todo se puede comprar, y cuando se cree eso es porque la inmoralidad se ha extendido como un sarcoma silencioso entre las entrañas del cuerpo social del país. 

Difícilmente el inmoral va a protagonizar ningún movimiento de protesta regenerador o revolucionario, difícilmente va a plantar cara al verdadero enemigo de todos porque él, individualista por encima de cualquier cosa, piensa que el otro, su compañero, es su enemigo, e ignora que el otro, y sólo del brazo del otro es como él y sus hijos podrán poner los peldaños necesarios para detener a los infames y construir una sociedad más justa para él y para los demás. 

Al inmoral no le importan los demás, cree que lloriqueando, peloteando, buscando al caciquillo de turno, logrará una salida personal, pero se equivoca, cree que esto no va con él, que él saldrá, pero ignora que esto va contra él igual que contra todos los demás y que las soluciones personales de pasillo, además de injustas y reprobables, sólo pueden dar salida a unos pocos y no a los millones de personas que necesitan esa salida.

Pues bien, al confiar la solución de sus problemas a un partido que tiene Alcaldes como Gallardón –el Ayuntamiento que dirige acumula la quinta parte de la deuda de todos los de España-, Francisco Camps –que ha dado un impulso a la enseñanza confesional desconocido desde los tiempos de Franco-, Cristóbal Montoro –uno de los principales halcones de la política económica ultraliberal-, o María Dolores de Cospedal –la política mejor pagada de España designada para regir los destinos de una Comunidad en la que ha sido una profesional del absentismo-, se ha dado carta blanca a la aplicación de las recetas económicas más duras que aplicarse puedan. 

Para ello, se utiliza, como siempre, la estrategia del calamar, se llena todo de tinta y se va preparando el terreno diciendo que todo es una ruina, que hay deudas escondidas, que se destruyen documentos de pago – ¡cómo si con ello el deber de pago se extinguiera!- y que la situación económica de las Autonomías gobernadas por los otros y del país en general es insostenible, avisándonos de antemano que tendremos, por ejemplo, la Sanidad que podamos pagar. 

Esta actuación es tan irresponsable y amenazadora que puede llevarnos directamente a una intervención de la UE y el FMI sin que la necesitemos al lanzar sobre nosotros a todos los tiburones financieros y elevar hasta cantidades imposibles el interés de nuestra deuda pública, en su mayor parte creada para salvar a los bancos y los depósitos de los ahorradores por la infame gestión de sus directivos y consejeros, que increíblemente siguen en libertad. 

En este caso, como ya ocurre en Portugal, el Estado español tendría aceptar todas y cada una de las medidas que proponen los organismos internacionales que por casualidad coinciden con las que desea la derecha y la patronal española: Despido libre, disminución drástica de las prestaciones sanitarias y sociales, incremento de la edad de jubilación, privatización de los servicios públicos y supresión de la mayoría de las conquistas socio-laborales. 

Esto que decimos, es una hipótesis que defienden algunos sectores de nuestra derecha patriótica, esa que ama mucho a su España pero desprecia a sus habitantes, y que otorgaría todo el poder real a instituciones europeas y mundiales que no están para ayudar, sino para ahogar a los trabajadores, sean individualistas indolentes y pesebreros o no lo sean.

En otro caso, de no producirse esa intervención que no necesitamos en ningún caso, está claro que la obra de teatro montada desde el 22M tiene sólo un propósito, decir que la situación de las cuentas públicas de las comunidades dónde no mandaban ellos y en el Estado central son mucho peores de lo esperado, para así poder meter la tijera a fondo y emprender la privatización general del Estado, o sea su desamortización, alegando que la culpa siempre fue de los otros.

Nadie está a salvo de lo que viene, ni tú, ni yo, ni él. Sigue siendo absurdo que un trabajador vote a quienes más claramente sirven a intereses radicalmente opuestos a los suyos, el pastel europeo cada vez es más pequeño desde la gran estafa y la irrupción de las economías esclavistas de Oriente. 


(*)  Doctor en Historia por la Universidad de Alicante y periodista

3 comentarios:

Rorschach dijo...

"el poder es del pueblo y sólo el pueblo tiene capacidad, legitimidad y poder para mandar a la mismísima mierda a quienes quieren llevarnos cien años atrás."

Hombre, teniendo en cuenta los resultados de las elecciones de hace tres semanas, está clarísimo a quienes ha decidido mandar a la "mismísima mierda" el pueblo soberano de España: a los que nos han llevado de nuevo a la miseria de la posguerra.

Anónimo dijo...

Rorschach , ahora llega mariano y verás como lo arregla todo en un plis plas. ¿Acaso somos ilusos?.

Anónimo dijo...

A don Mariano nadie le va a decir si conduce o no conduce cuando va mamado. ¡Viva el vino!