lunes, 3 de enero de 2011

Dejémoslo en social / José Daniel Espejo *

 Me he dado cuenta de que siempre que me asomo a esta página lo hago en calidad de aspirante a algo: aprendiz de poeta, balcanólogo amateur, proyecto de hacktivista, etcétera. Hoy no voy a interrumpir la tendencia. Hoy les voy a hablar como estudiante de primer curso de Trabajo Social.

Le damos duro a los temarios, mis compañeros y yo. Nos metemos a la boca grandes trozos del Código Civil, mientras con el otro ojo repasamos la vida y milagros de las pioneras, Mary E. Richmond, Octavia Hill y demás. Analizamos todo tipo de vídeos sobre antropología, gráficas demográficas y experimentos conductistas, y todo ello, gracias a la salsa boloñesa con que la Universidad de Murcia, UMU, ha empezado a acompañar sus especialidades, de forma diaria, presencial y obligatoria. El edificio es bonito, sin embargo, y la cantina gloriosa. No nos quejamos. Gastamos miles de euros en fotocopias. Clavamos los codos, y sobre todo en esta época. En fin, lo normal, qué quieren.

Sin embargo, hay algo que no se nos cuenta. Salvo honrosas excepciones (hay que nombrar a Joaquín Sánchez, que vino del Foro Social a afilarnos las uñas), una especie de niebla se interpone ante nuestras perspectivas laborales, ante el negro futuro que le espera al mundo del trabajo social en la Región. Desde que tomamos la decisión de matricularnos hasta ahora, muchas cosas han cambiado a peor, y corremos serio peligro de que para cuando nos graduemos en 2014 recordemos el exiguo tejido asistencial de 2010 como una especie de paraíso perdido de atención social y oportunidades laborales.

En el imprescindible La doctrina del shock (Paidós, 2010), Naomi Klein nos muestra cómo la ortodoxia del mercado utiliza las catástrofes para introducir reformas injustas sin ninguna relación con la solución del desastre. 

Así ocurrió en Nueva Orleans tras el paso del Katrina, donde se aprovechó para privatizar la enseñanza pública, o en el sudeste asiático después del tsunami, donde se expulsó a los habitantes de las costas para erigir resorts de lujo. Se trata de un principio muy sencillo: usar el shock creado entre la población para robarles la cartera, sin la menor intención de devolvérsela una vez restablecida la normalidad.

Sabemos, porque lo hemos estudiado en Sociología I, que las brutales reformas ´de transición´ que Boris Yeltsin llevó a cabo en Rusia durante los años 90 hicieron descender bruscamente la esperanza de vida del país en cinco años. En América Latina, en el sudeste asiático, en Sudáfrica, los ejemplos se multiplican. En nuestra región el paro, que alcanza el 24%, y la debacle económica provocada por el fin del monocultivo del ladrillo son tal vez un shock, pero está por ver si los murcianos nos vamos a dejar robar la cartera sin hacernos primero algunas preguntas.

¿Podemos obviar, como estudiantes de Trabajo Social o como meros murcianos, el hachazo que van a propinar los presupuestos regionales de 2011 a la red de servicios sociales precisamente en un momento tan crítico? ¿Podemos defender, más allá de posturas partidistas, que el presupuesto del IMAS pase de trece millones de euros en 2010 a ¡cuatro! en 2011, aparentemente con el beneplácito del consejero Bascuñana, o que de las 1200 personas que trabajan en la Red de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social de la Región de Murcia (EAPN-RM), compuesta por veinticuatro ONGs, ochocientas vayan a pasar al paro debido a los recortes?

¿Cómo estar de acuerdo con esta escala de prioridades que pone un más que dudoso aeropuerto, un tranvía hacia los centros comerciales, una bienal de arte multimillonario o una subvención de 500.000 euros a una fundación del partido gobernante por encima del bono-libro, la terapia ocupacional para dependientes físicos o psíquicos o programas completos de inclusión social? ¿Hasta qué punto debemos adoptar una postura clara de rechazo a este terrible estado de cosas en paralelo con nuestra educación como trabajadores sociales? ¿Qué panorama nos encontraremos dentro de cuatro años si no actuamos ahora? ¿Habrán retrocedido los servicios sociales hasta un estado decimonónico, el de la beneficencia que pueda administrar la Iglesia católica? ¿Será el que nos mereceremos? Repito: ¿el que nos mereceremos?

Son todas preguntas que no nos suelen hacer en clase. Seguramente no sabríamos qué responder. Tampoco la sociedad murciana en su conjunto parece tener muchas respuestas, si es que se enuncian alguna vez estas cuestiones. Pero que no les quede la menor duda de que todo esto puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Lo sabe la señora de la limusina, quiero decir, la consejera de Economía y Hacienda, Inmaculada García. Lo sabe el señor Bascuñana, incluso mientras defiende alegremente el estrangulamiento del IMAS. 

Y lo sabe el señor de la Gran Vía, simplemente mirando por la ventana y bajando el volumen de la tele para escuchar el griterío que viene de la calle. De un minuto para otro, podemos ser nosotros quienes hacemos las preguntas adecuadas. Y ellos, tan listos, los que de repente no tienen ni idea de la respuesta. Los que han entrado en estado de shock. Los que de golpe no saben dónde han dejado la cartera.

(*) Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya, hombre. Otro que llora porque la teta se ha secado. ¡Y eso que aún está estudiando, y ya sufre por la mamandurria oficial! Menudo porvenir y menuda cultura de la subvención tenemos en este país.

Anónimo dijo...

Cuando las barbas del vecino veas pelar...

Anónimo dijo...

Buena parte de este ajuste no tiene nada de necesario y bastante de político. Aprovechando la crisis se pretende imponer doctrina a costa de lo que sea, manteniendo eventos-espectáculos y cargándose la cultura popular, especialmente aquella que molesta al régimen. Claro, que el efecto "boomerang" puede producirse con el tiempo, y empezar por el fraude de los colegios privados concertados, las cofradías de falsos cristianos para sacar barriga unos cuantos, las falsas asociaciones para beneficios de particulares, etc, etc.