A la misma vez que el presidente Valcárcel, con generosidad e inteligencia políticas, agradecía en nuestra edición de ayer las acciones del movimiento ciudadano que, en la práctica, han conseguido detener la destrucción o desnaturalización del complejo arquitectónico de San Esteban, el consejero responsable de las actuaciones políticas que han motivado las protestas, Pedro Alberto Cruz, reincidía en el Diario que publica cada sábado en este periódico en sus descalificaciones sobre todo lo que se mueve que no está bajo su control.
Eso sí, todo muy críptico, en ese lenguaje del que huye la transparencia. No conforme con calificar hace unos días al movimiento ciudadano que ha impedido un desastre histórico en la ciudad de Murcia de 'esquizofrénico', añade ahora otros mensajes, que parecen personalizados, destinados a lo que, por lo que se deriva de sus conceptos crucigramáticos, no puede ser más que una chusma indocta sobre la que él se sitúa, con su natural superioridad espiritual, por encima de toda contingencia.
Chusma entre la que, habrá que suponer, se integra su jefe, Valcárcel, ya que éste ha acabado coincidiendo plenamente con lo que reivindicaban esos dioses efímeros, dogmáticos y guardianes de la pureza, según algunos de los términos descalificatorios del consejero. En fin, que el presidente debe sufrir también de esquizofrenia.
Esta vez, Cruz ha dado un paso más y se ha referido también a los 'objetivadores de la realidad' –tradúzcase su jerga por periodistas o comentaristas–, a los que califica de cobardes, aunque no ha concretado si de la pradera. Y entre ellos, ha singularizado en uno, el que esto escribe, a quien despoja de toda honestidad por plegarse a la 'autoridad ensordecedora' –tradúzcase por movilización ciudadana'– frente a los previamente condenados, como él, a que no pesen sus razones.
El alegato críptico, que discurre por supuestos conspirativos y perversiones retorcidas, es tan ingenioso que acaba estableciendo la tesis de que él, el consejero de Cultura, no es la 'autoridad' –el poder– sino víctima de quienes no se deciden, por miedo a la calle, a defender al poder. El malabarismo conceptual, marca de la casa, tal vez pretende esconder que el coche oficial, el presupuesto y la legión funcionarial a su servicio los tiene él, el consejero, lo que es decir el poder.
Claro que de su enredo retórico increíblemente victimista todavía cabe extraer, reponiendo los conceptos a la realidad a que aluden en el idioma español, una idea más simple y verdadera: el poder, en una democracia, sólo es autoridad cuando se ejerce en conexión con la ciudadanía. Hay veces, en efecto, que el poder está en una consejería y la autoridad política y moral en la calle, disfunción que es natural que deba proclamarse de manera ensordecedora. Porque cuando la autoridad política está tendida en la calle, lo que le queda al poder es autoritarismo, que generalmente acaba en saqueo y a veces en saqueo arqueológico.
No merece la pena abundar en lo que no quería ser una réplica y ya se ha comido la columna. Pero vale la pena constatar que a estas alturas y visto el camino andado el consejero Cruz no se muestra ya respetuoso con nadie que exhiba la más mínima discrepancia, por circunstancial que sea y por muy extensamente razonada que se exprese. Sólo respeta a los discrepantes que se avienen a cerrar la boca con alguna prebenda, lo que a él le sirve para ponerse la medalla de 'arriesgado y transgresor'.
Detrás de cualquier reproche a su gestión siempre ha de existir algún tipo de conspiración, concepciones caducas, primitivismos provincianos, incomprensión de argumentos incontestables o cesión, por cobardía o ignorancia, ante otros que persiguen inconfesables objetivos. Estos prejuicios que yo sí que no voy a calificar de esquizofrénicos, caen, en dosis o al completo, sobre la cabeza de todo aquel que no observe maravilla en lo que ingenia o decide el consejero Cruz.
Incluso sobre quienes le muestran respeto y consideración y quienes, como uno mismo, gastan mucha saliva en defender algunas de sus políticas, aunque es cierto que cada vez más en solitario.
A ver si empezara a saber donde está, a distinguir la política de sus caprichos y a respetar a los demás. Nene.
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