martes, 11 de julio de 2006

La sinagoga de Valcárcel


Mientras el presidente Valcárcel Sisó comulgaba de manos del mismísimo Benedicto XVI en una ciudad de Valencia engalanada como nunca (de muy mal gusto esas camisetas que rezaban "Rita, ¿el Papa sabe lo tuyo?"), ignoraba lo que se estaba cociendo a su espalda: el retraso involuntario de su mudanza a la mansión de 250 m2, adquirida a más que muy buen precio en la zona más noble de la Gran Vía Salzillo, como consecuencia del hallazgo en los accesos al garaje subterráneo, desde una servidumbre de paso con entrada por la calle Pascual, de los restos muy bien conservados de una sinagoga sefardí del siglo XIII-XIV. La noticia puede ser de alcance nacional y que toda España descubra, de paso, el chollo encontrado por nuestro primer dirigente regional.

Su existencia documental, por pertenecer a una ruta de sinagogas de su época, ya la conoce extraoficialmente la poderosa e influyente Embajada de Israel en Madrid desde 72 horas antes de la misa celebrada por el Papa en el V Encuentro Mundial de las Familias, en el que también pudo verse deambulando el sábado entre la multitud, a su hermano Carlos, prestigioso abogado de la plaza y promotor inmobiliaro adjunto, amén de Hermano Mayor de la más que histórica Cofradía de la Preciosisima Sangre, que desfila el Miércoles Santo murciano. La agregada cultural de la legación israelí ya debe haber dado los pasos pertinentes mientras el PSRM ha sido informado al mismo tiempo para que inicie el procedimiento parlamentario que crea más oportuno, tanto en el Ayuntamiento de Murcia como en la Asamblea Regional.

La cuestión puede afectar, inesperadamente, a las previstas mudanzas, hacia final de año, del alcalde de Murcia, profesor Cámara, y de los concejales del PP en el Ayuntamiento de Murcia, Moya Angeler y Antonio Sánchez Carrillo, amigos íntimos y futuros vecinos todos del todavía presidente de la Comunidad Autónoma, porque el Ministerio de Cultura podría solicitar de inmediato, a instancia de la citada representacion diplomática judía, la paralización de la obra, mediante interdicto judicial si no se garantiza suficientemente por el Ayuntamiento y los promotores de la reforma en marcha del inmueble, la conservación íntegra y segura de las ruinas arqueológicas adyacentes por detrás al antiguo edificio del Banco Exterior, adquirido en 300 millones de pesetas por la cooperativa que entonces presidía Valcárcel, a la par que detentaba su actual cargo. En ese mismo precio la avispada cooperativa valcarceliana le vendió todo el bajo comercial a la marca gallega de ropa de moda, "Zara", en una más que curiosa operación muy ventajosa, perfectamente detallada en su día ante notario (¿Berberena?).

Dicen los expertos, que se corre el riesgo, sin la citada intervención política del Ministerio de Cultura, de que el arqueólogo municipal (bajo la jerarquía indirecta de Cámara) quite importancia o minimice el estado de conservación de lo que fue sinagoga sefardita de la Murcia medieval, e informe favorablemente de que ya se puede tapar con hormigón para que la capacidad del garaje de la nueva comunidad de propietarios de Valcárcel Sisó no se vea mermada ante la necesidad de restarle superficie para construir la rampa, si se han de conservar intactos los mencionados restos. El precio medio de una plaza de garaje en la zona oscila ya entre los quince y los diecisiete millones de las antiguas pesetas. Y, al parecer, Valcárcel posee varios coches que, por cilindrada, no debieran dormir en la calle, y mucho más cuando próximamente deje su actual cargo.

Ahora se espera un pronunciamiento al respecto del Departamento de Arqueología de la Universidad de Murcia. E, incluso, del profesor emérito medievalista, Juan Torres Fontes, inexplicablemente dado por muerto en las páginas de la centenaria gaceta local, hace tan sólo unos días, cuando se le podía ver tranquilamente paseando por la avenida de Alfonso X el Sabio. Dado lo poco que queda de la presencia judía en nuestra ciudad, cabe pensar que estos restos arqueológicos serán debidamente preservados para evitar el agravio comparativo que supondría su discriminación con respecto a la gran arqueología protegida de origen árabe y musulmán.